miércoles, 17 de septiembre de 2008

Last train to Banfield

(Por Hipotálamo)
Cortázar ideó Rayuela cuando viajó de noche a Banfield. Apagó el cigarro en Constitución, le dejó ocho monedas de 10 centavos al vendedor encarcelado y lo empujaron hasta el Roca. Se topó con un muchacho de melena tupida llamado Joey Ramone. Sus codos y rodillas se enroscaron sin reproches. Viajaron apretados por el resto de los pasajeros. El escritor trataba de leer el diario gratuito. Empezó por la tapa, gambeteó la sección Policiales y terminó en los obituarios. Luego lo hizo al revés. Un best seller te voy a dar, pensó. El músico quitaba la cera de sus auriculares mientras pensaba en la boda de un compañero de trabajo. Punk rocker te voy a dar, gimió.
El tren se detuvo en la segunda estación: Avellaneda. La puerta bufó. Se abrió: la puta madre. Se cerró. La puerta bufó. Se abrió: la reputa madre. El humo de la ropa unió a trabajadores y a fumadores. Fábrica y burdel, pegados, porque bailar pegados es bailar. Rumbo a Gerli, las luces empezaron a jugar como si fueran de neón. Una hilera de luz, otra de sombra. Las ventanillas estaban selladas y las bocas de aire apenas rozaban las barbas. Los vagones eran castillos de naipes. Y el resto descansó en el prójimo. Si se caía uno, todos.
Lanús fue movimiento. Los carriles marcaron el ritmo de samba. Las manijas de seguridad bailaban de acá para allá, de acá para allá. Una estudiante minúscula quiso subrayar su libro de Balzac y de atracón pintó su mano izquierda. Así les va a los ideólogos del nick, pensó Cortázar. Ramone, en otra, giraba la rueda del I-pod hasta que el meneo lo cansó. Se despegó con aceite verde, buscó sin éxito al doctor Benway y empezó a tocar. ¡Foul!, gritó un ambulante cuando las fans de Expedito y sus esposos de similar afición se llevaron puestos a la muñeca inflable dos por uno. Atrofiados los huesos, Cortázar y Ramone se adormecieron en Remedios de Escalada. El tren había perdido el encanto. Podían sentarse. Tenían cinco asientos, por así decirlo, libres. Pero una familia de mulatos subió para apoderárselos. Entre ellos, en una pierna y dos muletas lo hizo Doro, el diarero de Rodríguez Peña y San Martín. Al bajar en la estación final, entre diario, diario, saltó como si las calles fueran de adoquines, surcadas por tizas, números y un cielo ya con Cortázar y Ramone. Si bien desconocía el inglés, tarareó: “I wanna be sedated”.

2 comentarios:

Hipotálamo dijo...

Muy bien post. Alucinante. Que copado.

Bruno Cirnigliaro dijo...

Ya iba siendo hora de dejar volar a Aráoz, libre y espontáneo, por los aires de su rebeldía literaria.
Pasé por aquí y me quedo.
Saludos!