jueves, 30 de septiembre de 2010

Tache un paréntesis (formará un dragón)

Abrí un paréntesis, dejé un espacio para una palabra de siete letras, podía ser una palabra larga o dos cortas o una muy corta y otra no tan larga. Cerré el paréntesis sin escribirla(s), y así quedaron: dos chuecos desocupados, apenas suspendidos sobre el papel. Cuesta pensar al paréntesis en plural, liberado del artículo, pero más lo es que el renglón sostenga al de apertura por el mismo pie que al de clausura (generalmente más breve). Este de recién, por ejemplo, salió ancho en el original de tinta, sin hombreras. Cosas de sindicatos, quiso mostrarse fuerte, jamás vencido, con la entereza necesaria para apretar palabras en un determinado espacio, dándoles ese tono distinto a las que las rodean, tan histéricas para decidir cuándo necesitan aclarar algo (o no).
Curioso debate sobre los espacios. Al empezar, el texto estaba muy cerca del título. Decía así: Tache un paréntesis (formará un dragón). Al empezar el texto (Abrí un…) sentí un quejido, venía de las palabras, estaban demasiado cerca, prácticamente unas encima de las otras cuando la convivencia en un lugar como una hoja requiere el mayor esfuerzo para respetar los espacios comunes, los gerundios de siempre y cierto queísmo que sigue sin saber qué quiere. Sirva esto a modo de presentación para lo inevitable: analizar lo que le pasó al dueño de algunas palabras similares a las escritas.
A continuación, lo sucedido.
Porque lo importante había sido llegar. Mientras hubiera despertado, el cómo no venía al caso. Era él, era la cama, era la casa. Típico de los sueños, plena confusión a medida que se incorporaba. La realidad tomaba forma sobre el siempre frío suelo del baño (¿algún arquitecto en la sala?). Recordaba cuando había llegado con hambre, puso dos hamburguesas en la sartén y pan a descongelar en el microondas. Ahora mismo lo recuerda. Lo que olvidó fue comer. Necesita comprobarlo y caminó a la cocina, donde un par de guantes carnosos, marrones en el centro, violáceos en el borde, seguían ahí. Dentro del microondas una esponja negra de migas se desarmaba en la mano, las láminas internas estaban derretidas, y el techo era nubes y las paredes sarpullidos.
El hermano menor, único testigo posible, dormía.
El hermano menor debe haber apagado la hornalla. ¿Y el microondas? ¿Cuánto tiempo puso a descongelar el pan? ¿Usó el botón con esa palabra (descongelar)? Lo más importante: ¿su hermano habrá notado el microondas? Rápido: el limpiador dos en uno. Antes: desenchufar todo, quitar las láminas fundidas y la chapa de lo que sea derretida. Ahora: buscar una virulana y actuar al minuto del limpiador dos en uno. Frotaba las superficies al pensar que pudo incendiar la cocina, para qué negarlo. Trataba de ser optimista. Pero el pecho comenzaba el repertorio de latigazos y sólo podría apagarlo con eso que provoca la limpieza. Si se hicieran encuestas interesantes, se probaría que el domingo es cuando más tiempo se le dedica a la higiene. La escoba, la esponja, el agua, el alicate, la palita, los aerosoles, el paño, los trapos, más agua, la canilla abierta, cerrada, otra vez abierta, el alcohol que se evapora con el sudor y la limpieza de la mente es la del cuerpo, dos en uno, como el multiuso que va terminándose y las nubes del techo sin salir y que el detergente lo ayude con los restos de virulana, unos pelitos dorados y filosos pellizcándole las manos y ya que tiene que secar el microondas para girarlo y trabajar el techo con mayor comodidad pasa el trapo por la repisa que lo sostenía y miren qué blanco queda así que también saca las latas, el porta sahumerios, la plancha, el perfume de la ropa, el cable del celular que siempre cuelga sin gracia y los dos estantes una pinturita así que abre otra vez la canilla, se despierta el hermano menor, feliz porque anoche besó a una alemana, aunque con la distancia necesaria para preguntar qué ha pasado y que no, que en ese tipo de comportamiento no cuente con la complicidad si la dueña del departamento y de algunos electrodomésticos (como el microondas, claro) se da cuenta, pero que no, que no se preocupe por ocultar nada, si hace falta paga el arreglo pero con qué plata si anoche todo fue a parar a la barra aunque debe haber dejado monedas para la vuelta porque de un taxi debiera acordarse a menos que no, porque ella no fue, lo dejó plantado en el bar, adonde empezó a pensar en la sartén mientras el colombiano de la barra se convertía en el consuelo porque son así, qué le vas a hacer, hermanu. Un hermanu cómplice que por cuarenta y nueve pesos más la propina del final llenó la pinta tres veces en una hora y así lo vio salir para el recital pensado con ella pegada y en su lugar arropaba una botella de litro bajo la axila, como si fuera el termo de mate que usa durante la semana para limpiar el cuerpo aunque a veces se entusiasme con llenarlo de nuevo a las seis de la tarde y el pecho saque otro repertorio así no se hace el pícaro porque la mente hace estragos pero la teína es un estimulante para las mentes que creen en los estragos hasta que el microondas va quedando como si nada hubiera pasado, algo mojado eso sí, pero nada que no pueda el secador sugerido por el hermano menor (acepta las órdenes como sugerencias, es la sumisión del vándalo) hasta que mira al microondas desenchufado, desconfiado, como si el colombiano le dijera que tiene una amiga para presentarle y puede pasar a buscarlo cuando cierre el bar, pero parece que el cargador del celular cuelga sin gracia hace rato y el aparato se apagó en el bolsillo así que el microondas también queda ahí, con ese silencio que tienen los productos que viven encendidos (¿acaso contemplaron lo maravilloso que es el televisor apagado? ¿El cuerpo que refleja si no lo encienden?) hasta que sale a tirar la bolsa de basura, todo transpirado, sucios los pies, y el gran baño olvidándose por completo del hermano menor: no almorzó y pondrá a descongelar carne que irá perdiendo la capa de hielo mientras el plato del microondas gire como siempre y el susto porque explote en cualquier momento lo acompañará hasta que la bañera se llene y cubierto de espuma como la sartén intente callar la voz que le recuerda el nombre del colombiano, avisándole sobre el cierre del bar, partes del recital y el paréntesis, qué fue el paréntesis.