lunes, 29 de noviembre de 2010

Dos mujeres

La mujer viaja parada. Es la única de todo el colectivo. Está más cerca de la última fila que del chofer. La rodean 21 asientos ocupados por personas. Diez son hombres.
La mujer sigue parada.
Puede tener 35 años. Tal vez 45. Usa el pelo corto y desprolijo. Un carré castaño con las raíces blancas.
Tiene una remera de algodón verde oliva. Olía a Skip y no estaba planchada.
Carga en el antebrazo un saquito naranja. Del lado de la cartera, tapándole la panza. Un pantalón azul pinzado. Y unas sandalias. Se le ven los dedos, la mitad del empeine y el tobillo, envueltos por lycra blanca. No tiene pintada las uñas. Pero sí una curita en el cartílago del talón derecho. Le dolían los pies.
Y nadie pensaba levantarse.
La mujer que sigue parada tiene ojos pequeños, la nariz fina y caída, una boca sin labios. No es joven. Tampoco vieja. ¿Esa es la razón? Si interpreta un gesto amable como una ofensa, ¿no debe decidirlo ella?
Si un lugar se desocupa lo tomará. De hecho, la mujer de al lado viaja sentada. La mujer de al lado se retorció sobre el asiento, como si fuera a levantarse. La mujer que sigue parada la miró, esperaba con las articulaciones listas, en pausa, listas para el salto.
La mujer que viaja sentada usa el pelo suelto y elegante. Subió antes y encontró un asiento libre. Viste una remera lila de piqué. Una pollera blanca, muy blanca, con volados y terminaciones a mano. Si no tuviera un mantel podría usar esa pollera. Y descansa sobre unos suecos cremas, con la suela de corcho. Hacen juego con el carey de los lentes.
Cuando la mujer sentada siguió sentada, la mujer parada siguió mirándola. Intentaba leer la palabra blanca sobre el escote lila. La mujer sentada tenía tetas grandes. Y una palabra blanca: la marca de la remera o el nombre de una ciudad. Era una sola palabra. La mujer parada la miraba como si fueran más palabras. O escondiera algo entre las letras, algo detrás del piqué. La mujer parada dejó de mirarla cuando la mujer sentada tosió dos veces y ajustó el marco de carey.
Uno de los hombres iba a dejar de leer para ceder el asiento.
La chica de al lado escuchaba a Luis Miguel. Debía estar aprendiéndose las letras, toca en unos días.
Luismi.
Cómo es posible que a mi lado, decía la voz de la chica.
Iba a pararse el hombre. Antes lo hizo otro hombre cuando llegó a su parada. Era un hombre que siempre bajaba en su parada. Así la mujer que viajaba parada ocupó el lugar del hombre, dirigiéndole una mirada, como si era lo que correspondía.
Hasta que llegó a su parada, la mujer parada viajó sentada, cerca de la mujer sentada, una detrás de la otra, iguales.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cabeza

Muchas cosas pueden hacerse sin levantar la cabeza. Como el público exigente siempre pide un ejemplo, es cuando usted abre la puerta del mini mercado, saluda al pasar, piensan que es tímido, mira la punta desgastada de las botas, pasa a la góndola de las bebidas, elige una coca cola light y hace la cola a secas. En ningún momento repara los ojos de las dos personas que están adelante, sólo manos que dan dinero y reciben dinero, que doblan el vuelto y toman las bolsas desde las orejas. Llegado su turno, el cajero oriental dice hola, responde qué tal mientras piensa en una pomada, parece preocupado, escucha el precio de la coca cola light (catro can quinsa), saca un billete de diez pesos que fue la coartada para mirar la billetera a la altura de la cintura, deja los quince centavos para recibir seis pesos de vuelto, toma la bolsa desde las orejas y sale, cordial como a la entrada. Muchas cosas más pueden hacerse sin levantar la cabeza. Pruébelas.