viernes, 26 de septiembre de 2008

Elodeon



(Por Hipotálamo)
alfredoharaoz@hotmail dice:
no, así no digo nada, debo aburrir! :d

Mientras los mosaicos titilan no puedo apagar ese naranja porque mientras la puerta tiene doble candado la ventana principal, experta en debuts, yace abierta, aguardando mi entrada triunfal.

Alfredo dice:
así?

No, tampoco. Podría darle un touch de amor inglés, pero no faltará el che, el niño tiene sed... Y no hay naranjas, limas ni tamarindos que funcionen como un pomelo. ¡Ah, sí! La espalda se eriza, las teclas se chocan. Ya está.

Poemelo dice:
Puta madre

Pomelo dice:
Rocanrol nnnnnn!!!

Tampoco, muy usado. Saborido me tiraría con un emo. Como el ticón feliz: dos puntos y paréntesis cerrado. O el ticón triste: dos puntos y paréntesis abierto. Esos son los más fáciles. Ahora vienen unos ridículos que, interpreto, se activan al tipear palabras de una sílaba. Ejemplo: no sobrevivió. Y el no es uno de los tres chiflados moviendo su índice de izquierda a derecha.

Hasta la victoria siempre dice:
aguante La Poderosa, carajo

¿Carajo? ¿Mierda? ¿Soy Mirtha Legrand? ¿Quién soy? Esto que acaba de ocurrir se conoce como sub conflicto del macro conflicto que es el síndrome del nick creativo. Un segundo, por favor, Vilma Ripoll acaba de conectarse.

Pasame más tinto dice:
Hola, Alfredito, ¿se vino la pachanga?

Hasta la victoria siempre dice:
Jajaja, no, hoy no, anoche reventamos… (se me ocurrió un nick)

Vietnamitas en la espalda dice:
Así que me quedo en casa, aparte fin de mes…

Pasame más tinto dice:
Bueno, bueno, saludos. Estos capitalistas de mie

Pasame más tinto dice:
mierda…

Vilma pasó del verde al gris. De una lista a otra, sin escalas. Tengo 65 contactos. Nunca me tomé el trabajo, como sí lo hacen los populares, de separarlos por amigos (algunos quedan), compañeros de trabajo (no tengo, trabajo no tengo) o familia (mi mamá me sigue llamando, suspiros). Si tuviera que hacerlo sería en dos categorías: ilegibles y legibles.
Diálogo entre ilegibles:

.....:)))¨¨¨¨¨¨!!! ¨¨¨¨¨(((:..... dice:
adiviná quién soy???
[c=#80080] (L) dice:
hey, qué hacés?

Los legibles tienen otra complicación: porque a los creativos de Silicon Valley se les ocurrió poner, debajo del nick, otro campo minado para compartir un mensaje con nuestros contactos personales. Es la bajada del título de nuestras vidas y puede ser una invitación sexual (estoy en casa, aburrida) o publicitaria (http://www.leebrucelee.blogspot.com/). Si a todo esto se le suma un tercero que son los parlantes y el temita que escuchamos, también habrá que pensar qué poner en i-tunes. Esto último me encanta porque la música desenmascara: si el mail es lolaramone85@hotmail.com y escucha Maná, listo, no admitir, eliminar, tirar este contacto. Quedan 64.
Ahora, si me disculpan, me voy. (Salí a comer).

domingo, 21 de septiembre de 2008

Despedida

(Por Tálamo)
El editor poronga critica el primer post de yo (Tálamo). Sin escrúpulos especta: “muy Síndrome de domingos por la tarde”, escribe una coma (,) y atenúa “pero está muy bueno”. No le creo.
No importa. Desde las azoteas de mi propio orgullo comunico mi autonombramiento en el puesto de director de arte: él me indica qué y cómo escribir, yo, entonces, teniendo más cancha para estas cosas del la informática, de aggiornar; porque soy un esteta.
Hablando de mamas.
La una era “Camila”, la otra “Ada”. La primera saludaba abrazando, la otra filosofaba; las dos de gran culo. ¿Putas? Naa, más bien “relacionistas privadas” designación que Rodolfo Rabanal cree “perfecta para encapsular una profesión a la que ninguno de sus sinónimos corrientes garantiza un adecuado disimulo social”.
Ocho hombres en la mitad de su vida. “Vengan coman asado, el chorizo lo comen después” y las risotadas propias de una convención de empleados carniceros.
Claro, hubo buena plata, ya le habían pagado, se la puede humillar verbalmente también. “Ya viene la morcilla”. "Jaaaaaaaaaaaaaaaaaaa". Si, descubrieron la pólvora.
Acaso, contratar los servicios de chicas que cobran por sexo, también sirva para hacer todo lo que física o inmaterialmente no se puede hacer con una no residente ni uriunda de Babilonia.
Ni en la mesa de los Campanelli ni en la de los Benvenuto había tanto ambiente familiar. “Pasáme el pan”, “si, como no”. Tutú.
Portaligas la una, culotte de encajes la otra. Emulaba la prima ser Gwen Stefani: se sabía la letra del tema que bailaba.
La otra se fumó la obra cumbre del director Andrew Bergman y aspiró el polvo de estrellas que su protagonista Demi Moore, de dejó en una línea armada en la pantalla del (seguramente) 17 pulgadas Philco y sin control remoto. Si, hizo la coreo más famosa de la peli, pero con agregados autodidactas. Camisa, corbata, sombrero y botas. Hasta hizo una pirueta que de tan buena me olvidé cómo empezaba y me quedé con el solo resultado: sus rodillas en los hombros del agasajado y su cona en a la altura de la boca del mencionado.
“E, e, e, e, e, e”, gritaban los darwinistas, todos ellos con un vaso en la siniestra y la diestra en el bolsillo, procurándose el oprobio. Claro, con pantalón pinzado es más fácil, viejos verdes.
Fin de show, aplauso para el convocador.
“¿Nos llevás? Tenemos otro servicio…” Sí, claro.
En el auto: “Che, Cami, creo que me vino otra vez. Tengo que arreglarme el D.I.U. Mi ginecólogo me dijo que se mueve y se cambia de lugar porque yo ‘lo uso mucho’”.
Salú.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Ctrl. X

(Por Hipotálamo)
Acaba de pasarme algo difícil de digerir. Y a decir verdad un poco golpeó mi estómago. ¿O habrá sido la cena? No, fue eso, el seleccionar lo que estaba escrito acá, debajo de estas palabras que ahora pintan el blanco, agarrarlas línea por línea, y borrarlas. Nunca más volverán a ser escritas. Nunca en el orden que lo fueron y con el sentido que fueron escritas. Nunca jamás, Michael Jackson. Nunca jamás, oh, Peter Crouch. Y el Ctrl X es una decisión, señores. Dimensionar que lo que yacía en este pueblo era una mierda, que lo podría haber dibujado el amiguito de Word, ese que se hace caja, piensa, guiña… Y como sinceros somos, porque un sábado a la madrugada sólo se es sincero o no se es, estas palabras quizás sean peores que las anteriores, pero son nuevas, mire, señora, lo último del mercado, recién llegado de fábrica. En eso esperó que pase el colega de los crucigramas, uy, dejame ver la espalda, se agachó con dudas, pero mirá cómo tenías, todo manchado de blanco, anduviste durmiendo en la plaza… Y se miraron. Un crucigrama voló, las palabras se confundieron, cómo le va a tocar la pieza. Si lo único que disfruta Alfonso es sacudir su colchón mordido y taparse mientras las lenguas se gritan desde los taxis, otros orinan ríos hasta la vereda, y los condenados, felices, bajan sus fobias y se confunden contra el cartel de la obra en construcción. Fue lo más cercano a un proyecto que estuvieron. Dónde estará el boldo.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Hola, soy amigo de



(Por Hipotálamo)
¡Cállate, cállate, que las desesperas! No es que no te tengan paciencia. No te soportan, estúpido. Es tupido tu pelo, tu camisa flota, tu celular pende, tus migas se escurren, tu etiqueta se despega, tu zapato se despunta, tus pómulos se corroen, tus muelas se roen, tus orejas se nublan, tu nariz se deforma, tu forma, puaj. No las dejaste hablar. Te creíste el rey de la preparatoria, pero tus amigos no entraron. Jalaste la solapa del hombre efébico, activaste el emoticón, simulaste años, pasaste. Adentro, hola, hola, cómo va, dale, dale, subo, subo, hola, ¡hey! ¿Hey? ¿Ho? Jojojo. Alzabas la mano como te enseñó el pen, mientras leías El péndulo. Sí, nena, leo a Foucault. Estúpidos nosotros, pensábamos en Eco, Eco, Eco. Tus palabras armaron un flipper. Y flotabas entre pitadas, como una mascota perlada, con el poco aire que te quedó del after, después de la aspiradora. Husmeabas como un perro, olías las carteras, te prendías a los pantalones, ladrabas mal, ronroneabas mejor, infiel, eras un gato, acostumbrado a las cornisas. Ya vas a caer.
¡Pero si yo no hice nada! Creías que no. Hasta que vine yo. Y te vi. Tus ademanes irritan. ¿Fuiste feliz alguna vez? Hoy, cuando te levantaste, en serio, ¿hola, hola?, ¿dale, dale? No te creo. Palpaste tus bolsillos, uf, quedaba una moneda, le soplaste tu aliento, se puso ocre y la máquina del ómnibus la escupió. Pero si ómnibus significa para todos, pensaste. Míralo a él, míralo a él, estudió latín una semana y se cree vástago-us-a-um. Si supieran que al ayudante de cátedra le gustaron los ayudantes de cátedra y los alumnos de pelo tupido, hasta que lo conoció, le susurró respuestas: a, c, a, b, a, a, c, a. Le dio las gracias sin captar el mensaje/propuesta/suplicio. Volvió al pupitre para zurdos, giró el torso, pss, pss, dale, dale, las respuestas. Entumecido, llegó el ayudante, ¿se les ofrece algo? ¡Dómina, dómina-ae! Estos chicos, ay, qué lindos son, no debo decirlo, estos chicos están plagiándose, ay, qué lindos son, si vinieran a mi casa una noche, pero en qué se vuelven, sí, tengo que esperar que ella se jubile, y subo, subo, hola, ¡hey!

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Last train to Banfield

(Por Hipotálamo)
Cortázar ideó Rayuela cuando viajó de noche a Banfield. Apagó el cigarro en Constitución, le dejó ocho monedas de 10 centavos al vendedor encarcelado y lo empujaron hasta el Roca. Se topó con un muchacho de melena tupida llamado Joey Ramone. Sus codos y rodillas se enroscaron sin reproches. Viajaron apretados por el resto de los pasajeros. El escritor trataba de leer el diario gratuito. Empezó por la tapa, gambeteó la sección Policiales y terminó en los obituarios. Luego lo hizo al revés. Un best seller te voy a dar, pensó. El músico quitaba la cera de sus auriculares mientras pensaba en la boda de un compañero de trabajo. Punk rocker te voy a dar, gimió.
El tren se detuvo en la segunda estación: Avellaneda. La puerta bufó. Se abrió: la puta madre. Se cerró. La puerta bufó. Se abrió: la reputa madre. El humo de la ropa unió a trabajadores y a fumadores. Fábrica y burdel, pegados, porque bailar pegados es bailar. Rumbo a Gerli, las luces empezaron a jugar como si fueran de neón. Una hilera de luz, otra de sombra. Las ventanillas estaban selladas y las bocas de aire apenas rozaban las barbas. Los vagones eran castillos de naipes. Y el resto descansó en el prójimo. Si se caía uno, todos.
Lanús fue movimiento. Los carriles marcaron el ritmo de samba. Las manijas de seguridad bailaban de acá para allá, de acá para allá. Una estudiante minúscula quiso subrayar su libro de Balzac y de atracón pintó su mano izquierda. Así les va a los ideólogos del nick, pensó Cortázar. Ramone, en otra, giraba la rueda del I-pod hasta que el meneo lo cansó. Se despegó con aceite verde, buscó sin éxito al doctor Benway y empezó a tocar. ¡Foul!, gritó un ambulante cuando las fans de Expedito y sus esposos de similar afición se llevaron puestos a la muñeca inflable dos por uno. Atrofiados los huesos, Cortázar y Ramone se adormecieron en Remedios de Escalada. El tren había perdido el encanto. Podían sentarse. Tenían cinco asientos, por así decirlo, libres. Pero una familia de mulatos subió para apoderárselos. Entre ellos, en una pierna y dos muletas lo hizo Doro, el diarero de Rodríguez Peña y San Martín. Al bajar en la estación final, entre diario, diario, saltó como si las calles fueran de adoquines, surcadas por tizas, números y un cielo ya con Cortázar y Ramone. Si bien desconocía el inglés, tarareó: “I wanna be sedated”.

Entre dos amores

(Por Tálamo).
Se cumplían dos años de tortolidad, de aguante mutuo; de ponerle la mesa a la suegrita.
Había que hacer un regalito, y destilando sensaciones de publicidad de chocolate, el Romeo se escribió veinticuatro poemas, en representación de los veinticuatro meses de eso que dicen “novio”.
Llevó a la no vidente a contemplar la salida de la luna; compraron sirah cabernet, fazzolettini a los cuatro quesos y paella unos sorrentinos de calabaza también con todos los quesos suizos y taficeños.
Más tarde el país estaba en vías de superpoblarse: todo telo ocupado en martes a la noche. Siempre uno le esquiva el bulto al mueble más caro, pero afrodita pedía y pedía.
Que el jacuzzi, que un comando de luces, que reposeras en un patio, y aunque el plasma estaba apagado, Venus transmitió en vivo.
Esa mañana, al Hipotálamo se le ocurrió este blog en cooperativa con el suscripto. Refugiándose en su ineptitud informática, dirigía por teléfono, mientras, además, utilizaba la ventana de mensajes como recurso contemporáneo de un Corleone. Se puso en editor, "poronga", que le dicen. Encargó post con cierre de redacción a horas de la noche.
Ya durante la mañana vino la sanción. “Hola”, dijo el que de verdad labura, “no escribiste nada” arengó el explotador. “Tuve que cumplir con mis deberes de amante”, se excusó el trabajador; “no escribiste nada”, volvió a reprochar. “Escribí sobre eso: sobre tu infidelidad a las letras por tu fidelidad a las mujeres”, ordenó con expreso.
¿Ves? por más que uno evite los embates de la concupiscencia, el adulterio se filtra por cualquier cañería.

martes, 16 de septiembre de 2008

The Times They Are-A Changing


(Por Hipotálamo)
Times New Roman nunca me gustó. Me recuerda al New York Times, donde alguna vez pensé escribir. Recibí una carta. Requerían mis servicios. Dije yes. A continuación debí ir a un banco a retirar la Visa. Salí exultante, lánguido de bolsas tan caras como su contenido. Fundí posnets y sugerí una nueva sección en el shopping, con chicos como los de los supermercados, pero vestidos de chupín, botas, chupetín, bata, dispuestos a caminar hasta el taxi sobre Coronel Díaz. Al día siguiente, satisfecho mi espíritu consumidor, rodeado de telas y páginas, de discos y perfumes, sangraba por los alfileres del cuarto cartón KSK. Fue cuando sonó el teléfono, invitándome a cancelar las facturas impagas de diciembre. Había llamado a mis amigos por las Fiestas. Nunca me contestaron, pero si atiende el contestador, las monedas construyen castillos en España. Volvió a sonar. Atendí sin hablar, esperé que lo hicieran del otro lado. ¿Un prestamista inglés? No, claro, eran del New York Times. Preguntaron sobre mis trámites y una sobrina que vieron en mi face book. Contesté que había retirado mi Visa, dorada, ya ocre, y que Bianca sólo tenía 13. “Visa, not the credit card, vi-ai-es-ei: Visa”, me aclararon, a risas, antes de cortar. Cuando volví al banco ya era tarde. Se arrepintieron. Nunca fui a New York. Hasta dejé de ver a Woody Allen y le pedí a mamá que basta de Liza Minelli. Argumentó que su sketck era kitsch: o sea, redituable. Parece que los extranjeros amaban su show en San Telmo. Cambié mi parecer. Necesitaba el dinero para los pagos mínimos de la Vi… de la tarjeta de crédito. Después de todo estoy desempleado. ¿Ves? Te detesto, Times New Roman.