miércoles, 2 de septiembre de 2009

Me provoca un tilo


(Por Hipotálamo)
Lo confieso, tía: lo que usted encontró se conoce como lectura nocturna. Claro, tía, debajo de la cama, donde va lo que uno oculta. Tampoco exagere, tía, sólo es una colección de revistas. Herencia de Manuel, su viejo vecino, quien resultó un amante del otoño y de todo lo que oculte una hoja. Exótico nombre la publicación: Provocator tiliae, algo así como El tilo provocador. No, no hablo latín, tía, pero recuerdo algunas desinencias. Respecto de los cuerpos, qué quiere que le diga, tía, ilustran la idea, ojalá pudiera arrancarlos. Es más, algunas páginas están pegadas, pero baje el tono, tía, cuestiones del desuso. Qué sé yo si valen mucho. Ya se lo dije, me las pasó Manuel, preso del temblor de sus manos. Me contó que las conserva desde la cárcel, donde lo llamaban Jardinero. ¿Se acuerda de eso, tía? Al parecer, algunas fotos publicadas lo perjudicaron. El pobre conservaba cada ejemplar en su respectivo folio, mitad transparente, mitad amarillo. Vamos, tía, no se haga la tonta: contenido adulto, imágenes explícitas, polinización, una sección de servicios y esta lámina desplegable de Flora, la polen star de junio, sin saquito. Si no va a animarse a quitar el plástico, le cuento que aprendí mucho con esta nota sobre tallos, y mire qué producción sobre el río Tamur, el viento revuelto sobre Flora, y sus ocho bracitos salpicados de rocío.
En todo caso, antes de cuestionar tanto, tía, lleve la nariz hasta la cola del encuadernado. Ese aroma, perdón que se lo diga, me enseñó a romper el hervor. Ahora que me descubrió sabrá por qué rendí siete materias en diciembre, por qué dormía tanto, por qué Agosti anunció tiroides. Tía, si su regio doctor conociera a Manuel, hubiera cambiado mis costumbres. Después de cada tirón de lectura, con la yema húmeda y los párpados secos, soñaba con un colchón de hojas y no quería despertarme. Hasta que usted, tía querida, corrió a contratar una mucama, a Virginia, para que me quitara las legañas con té, mojando un pañuelo en el dedal de tilo que yo le dejaba la noche anterior. Pensar que la taza quedaba debajo de la cama, tan cerca de las revistas y yo, como un ciego, sin darme cuenta. Linda la misionera, con esa lengua de tierra colorada, generosa en los desayunos, habituada a mis gustos, a los del señor, pese al acné, con un poquito de limón, así, cómo toma todo, el señor. Y usted abajo, tía, en la confitería de la esquina, haciéndole una c al mozo, molesta porque no llegó su amiga, el cortadito de un sorbo, cóbreme, las escaleras a paso mudo, y la escena con Virginia, exprimiéndonos, sin bajar el tono, tía. Así que vamos, tía, no sea tan mala, ya que la dejó en la calle, le recomiendo que me devuelva las revistas. Y sáquese la idea de venderlas. No sea cosa que se entere Manuel, tía, y usted, grande ya para el desvelo en la cocina, no llegue a calentar el agua.