martes, 21 de diciembre de 2010

Bruce ya no lee

Gracias. Que dios los ilumine.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El boliviano (epa)

Se iban a la pausa. El operador ya había puesto la cortina musical y el iluminador bajaba la intensidad de los reflectores. Terminaba un bloque dedicado a la toma de un predio en las periferias de la ciudad, como si nosotros, los queridos televidentes, fuéramos el centro de.
Según el lenguaje policial, en el hecho estaban involucrados inmigrantes ilegales. Tres de ellos resultaron víctimas trágicas.
Murieron.
Esta noche, con el foco de conflicto controlado, analizaremos las causas y el brote xenófobo de sectores de la sociedad argentina y trabajadora. Para ello, el conductor del programa, un homosexual encubierto y respetado por la opinión pública, invitó a un boliviano representante de la comunidad boliviana y a un porteño representante de la comunidad paraguaya.
El boliviano (epa) era un hombre joven, aún con la incertidumbre indígena de la edad. Se parecía a Evo Morales, aunque quizás todos se parezcan a Evo Morales, como dice mi vecina. El boliviano de rasgos chatos y flequillo tupido usaba ropa de civil, como si sin ella fuera un bárbaro. Apenas una camisa de comunión por afuera de unos pinzados azules, el conocido pantalón de vestir, porque uno de vicuña, ¿de qué sería?
Nadie escuchó lo que le dijo el boliviano al conductor, quien lo trató de señor todo el tiempo, con la s marcada. Tampoco prestaron atención a lo que dijo el porteño de los paraguayos. Este era un hombre superior, superior a los cincuenta años, de pelo largo atado y barba canosa. Se parecía a los profesores de Sociología que editan libros para sus alumnos. Le decía doctor al conductor y el conductor lo trataba de profesor todo el tiempo. El profesor se ganó el trato porque cada vez que hablaba le acercaba una carpeta con papeles.
Cuando se iban al corte el conductor les dio las gracias por la presencia y se interrumpió cuando aceptó que dijeran una cosa más. Esto era menos importante todavía. De hecho el operador no había interrumpido la cortina musical. El conductor volvió a agradecerles y nos anunció que volvería después de la pausa.
La música subía y los micrófonos se desconectaron, el profesor le extendió la mano al conductor sin levantarse de la silla. A cambio recibió un fuerte apretón. En tanto, el boliviano se paró, ahí se le vio la camisa por afuera del pantalón de vestir, se secó la palma transpirada y le ofreció la mano al conductor. Ya estaban casi a oscuras por la tarea del iluminador. Y el conductor le estiró la mano sin dejar de mirar al profesor. Al primer contacto, el boliviano sintió cómo se le escurría la mano del conductor.
Mientras el profesor acomodaba el portafolios, el boliviano siguió de pie, volvió a su lugar y metió la silla debajo de la mesa. Cuando la música llegó al techo, la imagen se fundió a negro, parecido al color de la placa que dice Espacio Publicitario.

Nariz de loro

Quietos sobre la esquina de plaza Italia, vemos el muñeco del semáforo en rojo. Nosotros somos yo y dos chicas que no conozco. Son amigas. Una amiga le dice a la otra amiga que anoche no podía dormir porque Ramiro agregó a una chica al face. La chica era divina, Lu, divina, salía bien en todas las fotos, tenía una nariz perfecta.
El muñeco del semáforo seguía en rojo.
Y yo tengo esta nariz de loro, Lu, salgo mal en todas las fotos y me quiero operar, Lu, pero no puedo porque mis papás no tienen plata.
Lu no dijo nada.
El muñeco del semáforo se puso en verde, verde loro.
Cruzamos.
Las amigas caminaban más rápido que yo. Me dejaron atrás. Hasta que las alcancé cuando la chica loro y Lu se pararon para saludar a un amigo. La chica loro los presentó.
La chica loro y Lu usan el pelo atado, remeras dry-fit, shorts Nike y zapatillas para correr. El amigo, quitándose los auriculares, las saludó: hola, chicas, ¿van a correr?

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Tu vida siempre ha sido una mentira

Detrás de unos lentes para todo el sol se esconde Valeria Lynch. Supe que era ella por la voz, cuando habló con un tono de parche de nicotina. Gracias, les dijo a unas admiradoras, dos hermanas que la siguen desde siempre y la molestaron para sacarse unas fotos. Sonrió sin quitarse los lentes Valeria Lynch. De hecho, cuando quise ver la cara de Valeria Lynch tuve que adivinar el tabique, suponer la punta de la nariz, y notar cómo se asomaban los pómulos debajo del marco Dolce & Gabbana, cómo el marco ocultaba los ojos y las cejas de Valeria Lynch.
Si alguien me nombra a Valeria Lynch mi mente saca una foto de una mujer imponente, con permanente rubia, y un vestido rojo y tan escotado que las tetas pueden ser operadas. Mi Valeria Lynch no es como esta mujer de pelo rubio pero lánguido, tirado desde las sienes hasta la nuca. Esta Valeria Lynch tampoco usa vestido. Si le pregunto por qué no me dirá que eso ¡ya fue!
Se siente joven Valeria Lynch. Muy canchera con la babucha de jean, un tipo de pantalón impuesto por los futbolistas. Se caracteriza por el tiro bajo hasta las rodillas, una feta de tela que me recuerda cuando no llegamos al baño. Sé que no usa pañales Valeria Lynch. No sé si es feliz pero al menos se ríe bastante. El diario de la provincia le dio una foto en tapa. Tituló: "Valeria llega en su mejor momento". Valeria Lynch leyó ese título.
También es actriz Valeria Lynch. Hasta que subamos al avión se sienta rodeada de tres músicos y dos bailarines, los chicos, unos trasnochados histriónicos que saltan y gritan para que Valeria los mire, imitan voces particulares de la televisión abierta, todo mientras transpiran porque se abrigaron del desvelo (es el vuelo de las 10.45) en camperas Adidas verde loro y sacos de noche con calzado de básquet. De los cinco se distingue el baterista porque habla poco, porque está de negro y porque usa piercings. ¿Te dolió ése?, le pregunta Valeria Lynch, señalándole la moneda de aire en la oreja, con los dientes cerrados, como si quisiera tocarlo.
El baterista está por contarle su historia con los piercings cuando Valeria Lynch no lo deja y de paso nos enteramos todos que su hijo Fede, porque Valeria Lynch tiene un hijo que se llama Fede, ama los tatuajes, que no recuerda si el último se lo hizo acá o acá, que algo más iba a decir cuando la manager apaga el celular y dice que Fede ya no tiene más lugares para otro tribal. Y tiene un carácter, dice Valeria Lynch. Sí, muy mal carácter, dice la manager que se ríe cuando Valeria Lynch le pega un chirlo en la mano.
Las dos son tan compinches que cuando se quedan solas la manager es Susy y Valeria sigue siendo Cristina, María Cristina, como Susy la conoció hasta que llegó el éxito y Valeria Lynch se metió en mi Telefunken sin control remoto, con la permanente y el vestido cuando mi mamá entraba con las bolsas del súper y cantaba mentira, tu vida siempre ha sido una mentira.
Toda esta parte fue escrita para olvidarme del vuelo.
No puedo dejar de pensar que una vez arriba existe la concreta posibilidad de morir, que ese mensaje de texto de despedida pueden resultar mis últimas palabras, que la azafata sea la última persona con la que hable en mi vida. Pero como venía entretenido con las interminables anécdotas de Valeria Lynch todos estábamos relajados. Hasta ahora, ahora que el capitán nos invita a abrocharnos los cinturones y permanecer sentados porque entramos en zona de inestabilidad, que tiemblan las páginas de Clarín, que a nadie le importa Estudiantes campeón, que el ejecutivo de Alico dejó de leer Padre Rico Padre Pobre. Ahora que Valeria Lynch cerró la boca.
No hay que ser muy inteligente para saber que cuando alguien que habla todo el tiempo de repente se calla es porque algo pasa. En silencio, Valeria Lynch pensó en Fede y en las admiradoras del pre embarque, las que le sacaron dos fotos con celular. ¿Serían esas las últimas imágenes de Valeria? ¿Cuál hubiera sido la cobertura de los medios si el avión se caía? ¿Todos los pasajeros anónimos hubiéramos salido en una lista a pie de página, pequeña aunque sea? ¿No seríamos el tema de conversación en todas las mesas navideñas? ¿Vos a quién conocías? Yo era compañero del secundario. Ibamos a irnos a vivir juntos. Era tan buena y así hasta que dieran vuelta la página el año que viene.
Y si les dijera que además de Valeria viajaba Gladys La Bomba, ¿hablaríamos de un día de luto para la música? Ya se había callado Valeria Lynch cuando hizo la cola al lado de Gladys La Bomba. Le pasó por el lado y no se saludaron. Valeria Lynch cortó la anécdota y Gladys La Bomba masticaba chicle y mandaba mensajes de texto, mensajitos.
Gladys La Bomba está alejada de los escenarios, mucho más delgada y elegante que en los años de bailanta. Parece una diputada oficialista, y se da la licencia de usar un pequeño piercing en la ceja derecha, dos incrustaciones flúo. Valeria Lynch vio el piercing de Gladys La Bomba pero no le dirigió la palabra. ¿No había temas de conversación? ¿No eran acaso del ambiente? ¿Hablamos de competencia?
Si Valeria Lynch es el divorcio, Gladys La Bomba fue la primera cita. Una es consecuencia de la otra. Pero no se hablan. Y yo viajo entre las dos, con los oídos tapados por la presión del cielo. Como quiero escucharlas, como por primera vez quiero escucharlas con atención, me aprieto la nariz y soplo, así me sale el aire por los tímpanos. Ahora que escucho de nuevo, el capitán nos anuncia que volvimos a zona de estabilidad. Y siento suspiros, pero ninguna canción.

Pd: Cuando el capitán nos dijo que iniciábamos el bendito descenso, abro la revista "Austral, la revista". Después de las publicidades del champagne Mumm, de los potencialistas de la tarjeta American Express, de la última notebook de Samsung y unas panorámicas para que visitemos la Patagonia (si después de todo la vida es una sola, he dicho) después de todo llego a la doble página auspiciada por Conrad Punta del Este, spa & resort. Bajo el slogan "Estrellas que están cerca, emociones que llegan lejos", presentan la agenda de enero. Esta incluye: la gran final millonaria de póker, la gran final de Conrad Angels, la Summer Cup de tenis, la obra infantil Pinocho, el musical de Les Luthiers, el monólogo de Enrique Pinti y la comedia "Busco al hombre de mi vida, marido ya tuve". Por si fuera poco habrá cata de vinos, charlas literarias con Teté Coustarot y la mejor música: Luciano Pereyra estrena nuevo disco y Adriana Varela dejó el cigarrillo. En tanto, la señora Lynch presentará "Valeria, la máxima", el 24 y 25 del mencionado mes, a las 22.30 (puntual).

martes, 14 de diciembre de 2010

Carta de Estados Unidos

Cuando desperté hace doce horas, bajo mi puerta se arrastró un sobre blanco con tiras rojas y azules. Me encantó el sobre. Claro, lo decís por los colores, me dijo Ignacio, un amigo que se quedó a dormir, en clara alusión a los de San Lorenzo.
Pero no era eso. No lo digo así por resentimiento a la última campaña. Acá predominaba el blanco mientras que las tiras rojas y azules eran los detalles, es decir, todo lo contrario a lo que pasa en el escudo y la camiseta de mi amado club.
Lo que me encantaba del sobre era su distinción de los marrones aserrinados o los blancos mal hervidos. Ni siquiera cuando recibo cartas de Albertina me gustan esos sobres.
Para sorpresa este sobre venía de Estados Unidos, pero tampoco relacioné los colores a la bandera de ese país. Me gusta el pantalón de Rocky Balboa pero no la bandera. De hecho el sobre tenía serigrafiada una banderita con alas y tres franjas horizontales: roja, blanca y azul. Como la de Paraguay. Sobre la franja roja decía en letras blancas VIA AIR MAIL, sobre la franja blanca decía en letras azules CORREO AEREO y sobre la franja roja en letras blancas decía PAR AVION. Es decir que rojo era el inglés, blanco el español y azul el francés. A la izquierda había una ventanita de papel transparente. A través de ella vi los datos del destinatario, de míster X.
Di por supuesta la dirección correcta y al no coincidir el nombre con los nuestros, el mío y el de mi hermano, somos dos, las alegrías de nuestra madre, ni con el nombre de la dueña y única habitante hasta el actual alquiler, miré el piso y la letra: 18 F. Era claro que acá estaba el error: nosotros, los dositos, vivimos en el 18 E. La media navideña colgada de la puerta tapó la letra y confundió al portero, un malhumorado que reparte lo que deja el noble cartero. En ese momento pensé que un error lo tiene cualquiera, que realmente me encantaba el sobre, que me intrigaba el contenido, pero que iba a dejarlo bajo la puerta de la familia vecina.
Hace poco Albertina me mandó una carta y nunca llegó. Sé muy bien lo que es esperar algo que no llega. Aunque cuando llega...
Salí a trabajar olvidándome del asunto. La historia terminaba aquí.
Hasta que volví hace dos horas y abrí la puerta desde el otro lado que hace doce horas. La abrí con dos vueltas de llave y volvió a aparecer el sobre sobre el mismo piso del mismo living. Volví a ver los colores, la banderita con alas, y el 18 F. No sé por qué pero pensé que yo podía vivir en el F, de Fernando, el nombre de mi hermano menor, ¡otro varón!, como dijo mi madre.
Pero no: vivimos en el E.
No podía volver a equivocarse el portero, a menos que en la escuela le hubieran enseñado que la E era la F o que, en el mejor de los casos, hace unos años hubiera desaprobado un examen visual para conducir camiones y debiera conformarse con la vida de edificio. Eso explicaría su malhumor constante.
Lo importante era que tenía el sobre y salí a llevarlo. Dejé abierta mi puerta. Corrí el riesgo de que el viento de estas alturas la cerrara y yo me quedara afuera y este relato hubiera sido escrito recién cuando mi hermano volviera de ver a la novia, aunque mi madre todavía dude si tienen relaciones.
Todo eso pensaba cuando golpeé con los nudillos dos veces la puerta del 18 F, oí un chistido, sentí que me espiaban del G, ahora insistí con el timbre, hasta que sin abrir una mujer preguntó quién es. Acostumbrado a la paranoia de inseguridad que viven las vecinas de Buenos Aires le dije que era del E, me mintió que estaba en la ducha, le dije que tenía un sobre para el señor (leí el nombre de míster X), me respondió que ahí no vivía y una segunda voz femenina le susurró que acá no era. Un poco desorientado le dije que bueno, gracias. La puerta no se cerró y así volvió a entrar el sobre a mi casa, esta vez en mis manos.
Viviera o no míster X en el departamento F me intrigaba por qué habían devuelto el sobre al E. Volvía a estudiarlo cuando recordé lo que había dicho la segunda voz. Ella había sido quien más sabía sobre el sobre. Ella había pensado exactamente lo mismo que yo sobre la confusión de la F con la E, sólo que desde el lugar de la F.
El portero se había equivocado hace doce horas. ¿Y el cartero? ¿Realmente estaba, en palabras de las vecinas, libre de pecado? Mientras se lo preguntaban juntaban piedras para lapidarlo. El error original fue del cartero. La dirección del destinatario era efectivamente un departamento 18 F, ubicado correctamente en la calle Blanco Encalada, pero el error estaba en la altura: nosotros, Alfredito y Fernandito, 29 y 25 años, vivimos al 1721 y el nombre del sobre al 2387, a seis cuadras, cruzando avenida Libertador, en el coqueto barrio River, muy cerca del estadio del club apodado El Millonario.
Volví a mirar el sobre. Confirmé que lo mandaban de Estados Unidos. En la parte superior había tres bloques de tres renglones, cada uno con distintas tipografías.
A la izquierda decía la procedencia:
Post Office Box 31277
Tampa, FL 33631-3277
United States of America

En el medio decía la jerarquía:
INTERNATIONAL
PRIORITY
AIR MAIL


Y a la derecha datos del sello postal:
02 1A $ 00.98
0004620044 NOV.22 2010
MAILED FROM ZIP CODE 33610

Los americanos, pensé, realmente saben cómo hacer las cosas. Te avisan dónde están si queremos ir a buscarlos, después usan las mayúsculas rojas para que les prestemos atención y por último, casi como al pasar, nos recuerdan que nada es gratis en este mundo y que ellos hicieron su tarea, y la hicieron el 22 de noviembre de 2010, ¿okay?
Abrí el sobre sin más vueltas, tratando de no romperlo en caso de que el contenido sea importante y me invadiera el sentimiento americano de hacer las cosas bien, corregir los errores de mis hermanos latinos, de transpirar las seis cuadras y dejárselo al portero del 2387, otro pobre hombre que no eligió arrastrarse a los pies de míster X.
¿Quién era míster X? Aun no lo sabía.
Sólo sé que era una carta del Citi Bank de Florida, Estados Unidos, desde donde le agradecían a míster X la transferencia de 75.000 dólares de la cuenta XXXXX0643 a la XXXXX9847.
Me impresionó el monto, y que sea en dólares, cuatro veces más que nuestros pobres pesos. Sin dudar, conservé el sobre, rompí la carta en pedacitos y la tiré a la basura.
Una persona que hace ese tipo de trámites bancarios, que pasa a la ventanilla sin hacer cola, que vive donde vive, esa persona puede levantar el teléfono, marcar los prefijos internacionales y escuchar las disculpas del caso en inglés. Yo vengaba a todos los empleados echados por míster X, a todos los porteros ignorados por míster X, a todos los mozos maltratados por míster X, los que le llevaron su orden sin las gracias a cambio.
Al relatar esta historia traje la historia original sobre la que iba a escribir, algo sobre un vuelo reciente que hice junto a dos cantantes populares: Valeria Lynch y Gladys La Bomba. Además de esos papeles con correciones traje el sobre. Volví a mirarlo y pensé en escribir sobre él, sin tantos detalles como los citados. Decidí no hacerlo, prefería terminar lo que había escrito a la tarde, la historia de mi propio vuelo y no del de un sobre. Como el relato sobre Valeria Lynch y Gladys La Bomba había sido escrito en la computadora de mi trabajo, hace seis horas, me mandé un mail con el archivo adjunto, un word común y corriente, para abrirlo cuando llegara a mi casa. Supongo que mucha gente lo hace, pero a mí me hace creer que soy pícaro y mi madre diría que eso lo hago porque soy brillante.
Mientras ponía la contraseña veía el sobre, imaginaba qué hubiera pasado si hubiera sido una carta de puño y letra, un abuelo de Miami, o una novia de Chicago, algo más romántico que las cifras mecánicas de cuentas bancarias, que la falsa cordialidad, que el dear míster X y datos sin relevancia. Imaginaba todo esto cuando tuve problemas para descargar el simple adjunto. Tuve que abrirlo con otra versión del word y la historia de Valeria Lynch y Gladys La Bomba apareció en una pantalla blanca, en letra usada por la marina, rodeada de jeroglíficos y siglas escritas como en código morse. Así:

H J ¶ · ¸ ½  ¡ ¥ W B* OJ tu vida siempre ha sido una mentira *** ðáÒáÃÒ´¥–¥Š¥{¥ Detrás de unos anteojos para todo el sol está Valeria Lynch há%2 há%2 B* OJ QJ ph@1R há%2 B* OJ QJ ph@1R

Ese estilo de tipografía y mi autoengaño me hizo pensar que se parecía a una carta. La historia de Valeria Lynch y Gladys La Bomba podía esperar. Yo había recibido una carta de Estados Unidos, pero debía saber quién era míster X, quién era yo, el hombre que hubiera leído el agradecimiento del Citi Bank si el cartero hubiera dejado la carta al 2387. Yo era míster X y necesitaba saber cómo me llamaba, cómo me decía el portero, ese pobre imbécil. El nombre de míster X estaba en un pedacito de papel del tacho de la basura, donde mi otro yo habia vaciado la yerba húmeda del mate que tomó hace doce horas, antes de salir a trabajar, cuando nada de esto había pasado.
Ahora, la yerba y la carta eran una sola cosa. Separé los pedacitos y los lavé con agua. Había metido las manos en la basura por un asunto estadounidense. Así descubrí que yo me llamo Carlos Braulio, que no soy hermano de mi hermano, pobre mi madre, que yo tengo 46 años y que llego solo a mi departamento como todos los días, pongo a cargar el celular y chequeo el correo. Si la mucama no está yo mismo recojo los vencimientos y los guardo en la carpeta correspondiente. Dejé de preocuparme por pagar en término desde que todo se debita en esta vida. En cambio, me genera intriga una sola cosa. Desde hace unos días espero una confirmación del Citi Bank sobre una transferencia que hice a fines de noviembre. Hablo de 75.000 dólares. Tiene que haber pasado algo, algo raro para que no haya llegado.