sábado, 21 de marzo de 2009

Sábado

(Por Hipotálamo)
Un sábado perfecto empieza al mediodía, con el pelo revuelto por la noche del viernes. Sigue con un disco de Lou Reed y la ducha caliente. El placard está cercado y hace falta un mensaje de texto para pedir un boxer, bermudas y remera. Las gotas gordas rebotan en el cuello y se pierden con un poco de jabón. Una vez que llega la ropa, entra una orquesta de pingüinos. El sábado perfecto es perfecto cuando el guacamole del viernes resiste en cada plato y ¡a lavar! Mi buen vecino, ¿algún cenicero que enjuagar?
Un sábado perfecto es de teléfonos fijos: una mano para los números y la otra (¡tengo dos!) para el tubo y cuatro llamados: a mamá, al padre de un amigo que cumplió años, al amigo que cumplió años, y a un amigo que cuenta sueños. Entre besitos para la familia y saludos a los que me conocen, se confirman los tickets para el recital del martes. Nos juntaremos en un barrio que no conocemos, beberemos e iremos a pie. Radiohead y sus casas de naipes nos invitan a pasar. Es sábado y ya tengo un plan genial para el feriado de la semana que viene. Mi buen viajante, ¿una manta extra?
Un sábado perfecto baja a las calles. El ipod ha sido cargado con música de sábado perfecto y la bicicleta fue inflada por un muchacho que hasta llegó a sonreírme. ¿Soy yo o no hay bufidos de subte? Una selva perdida estuvo siempre a dos kilómetros de mi casa, pero sólo se la encuentra en un sábado perfecto. Abundan ruedas, campanitas, canastos, tetas masculinas, mujeres venciendo al tiempo, unos besitos en el escondite de la primera vez y yo, ya manejando con una sola mano, tarareo California Girl de los Beach Boys. ¿Es el año 88, querida?
Un sábado perfecto no tiene rutas ni mapas. De alguna manera volveremos. O no. Quizás no había que volver. Quizás no había que ir. Y como el libre albedrío sólo vale bajo techo, un cartel inunda un campo de césped recién cortado: “prohibido los juegos de pelota”. ¡Cuidado, ahí viene una! Alcanzo a esquivarla y bajo a otras plazas aunque las bocinas se escuchan más fuerte después de tanto silencio (un mosquito me picó en la pantorrilla, me parece). Y mientras el regreso se pone rancio con la voz de Cash, descanso. Viene el heladero: un bombón, por favor. Dijo gracias. Y hasta luego.

lunes, 16 de marzo de 2009

Domingo


(Por Hipotálamo)
Un taiwanés (al que el policía rebautiza chino) come el helado al revés que el policía: abre el envoltorio por la base, ignora el palito, lo toma por la punta y masca la base. Nunca absorve, am, am, am. Una ventana de lata encuadra un campo de llamas azules y naranjas. Las gotas tibias esquivan los pelitos del pecho hasta que besan la tetilla, am, am, am. Un hombre duerme en el asiento sin cinturón de seguridad del Peugeot 504 modelo 94, que está a la venta (llamar al 15-49777064). Una camioneta de músicos vuelve a la ciudad y el plot que invita a escucharlos flamea sobre una punta, la que está despegada desde hace rato ya que abunda la tierra y otro pelito. El taiwanés lava sus manos, pegoteadas por el colorante, con agua fría. La bañera comienza a cubrir las rodillas y el jabón dibuja un lago de hule y bajan ninfómanos desde la cima de la cortina y la espuma del shampoo choca contra el rincón de moho. El conductor del coche despierta asustado. Sonaba el celular.