lunes, 18 de mayo de 2009

American pie

(Por Hipotálamo)
Una cara viste ese pie. Son veinte pirámides de goma con el casco fundido. De las rutas que conducen a las pirámides, la del medio ha resultado tan dañada que quisiera besar una pelota de agua. Son veinte rutas separadas por polvo entretenido en los márgenes. Mientras que la ruta del medio es la más usada porque lleva a la pirámide más alta, la distancia del resto disminuye hacia los costados en relación con las pirámides. Esto genera un caparazón que cubre cuatro dedos y la mitad del meñique. Donde nace el empeine comienza un terreno de lona cuyas hilachas se mantienen imperceptibles. Esto se parece a una gran frente de un joven de clase acomodada ya que no presenta arrugas horizontales. Desde las pirámides que nadie visita (se mantienen honestas al taller del calzado) nacen dos cordilleras de tela reforzados por brazos, cabecitas, brazos y cabecitas. Hasta el tobillo se forma una cadena donde habitan los ojos de la cara: son dos y de cada uno caen siete lágrimas. El llanto es evidente porque un gran cordón los conecta hasta llegar al moño. Este llanto suele producirse cuando una estrella llega a Ezeiza, recibe saludos por la simpática tira de estudiantes y anuncia su primera biografía.

domingo, 10 de mayo de 2009

Ambiciones de una migaja

(Por Hipotálamo)
Una migaja de avena quedó quieta, sola, lejos de la manifestación. La imagen es apenas distinguible por el contraste entre el marrón de la avena con el blanco del mantel. Hace unos minutos, el hombre comía con la boca cerrada. El éxtasis por el sabor de la avena le hizo perder los modales y de su boca cayó la migaja. Como suele suceder cuando los picnics asaltan las siestas de San Telmo, el sol iluminaba el tronco de la bombilla del mate. La bombilla se erguía sobre un campo de trocitos de yerba. Acorde a vísperas electorales, los trocitos estaban apretujados para escuchar a la bombilla, aunque opositores explicaron el fenómeno en la humedad del primer mate. Los trocitos del fondo esperaban un chorro que los reacomodara hasta la primera fila así juzgaran si la bombilla, verdaderamente, era de plata o de alpaca. La ilusión gobernaba a estos simpáticos seguidores del partido Verde. La migaja, quieta, sola y a lo lejos compartía ese tipo de sensaciones. Pensaba cómo podía sumarse cuando el hombre tomó otra galleta de avena. Luego del primer bocado, el aire comenzó a oler raro: otra migaja se había aferrado a una rugosidad de la garganta y el hombre necesitó toser dos veces para hacerla volar en una preciosa comba, derechito hacia la manifestación. El estupendo plan de la otra migaja produjo brotes de llanto en la migaja. Faltó tiempo para pañuelos porque el agua del párpado (no entraban dos en tan breve rostro) infló su pequeño cuerpo. Como dos manitos encascaradas y unas patitas de paréntesis se deslizaron hacia los costados, con un poco de entusiasmo saltearía los lunares del mantel. El temor por ser descubierta duró hasta que trepó por la cuerina del mate. El hombre, ya sin sacudones en el pecho, había puesto toda la atención en lo que escribía. Mientras la correa del perro de un vecino dejó de ceder y tres señoras pateaban el viento, la migaja llegó a la cumbre de la bombilla que saludaba a la multitud. Inesperados abucheos de los trocitos de yerba obtuvo como respuesta. La migaja era quien ahora movilizaba a las masas mientras crecía el rumor de la hazaña. Los trocitos de yerba esperaron unos minutos más de sol para cambiarse de color y fundar el partido Marrón. Pasaron esos minutos, la migaja de avena subió al borde de la bombilla y el rugido amagó con desviar la mirada del hombre. La migaja alzó sus manitos. No habló porque era una migaja y, acorde al slogan en el que trabajaban publicistas, entró en acción. La primera medida fue zambullirse al hueco de la dolida bombilla. Allí esperó con ansias que el hombre disfrutara del segundo mate de tan agradable picnic.