jueves, 10 de junio de 2010

El anfitrión

Tú agradeces cada día decía la taza en inglés. La taza apoyada sobre el lienzo apoyado sobre la lata apoyada sobre el suelo, único en cumplir su función original, si es que estamos parados sobre el suelo. Sobre la taza conocemos su origen. Cuál será su edad. La cerámica no tiene vencimiento. Quien la regaló, ¿conoce al anfitrión? El anfitrión respeta la lengua materna y si agradece el día no lo saca de una taza. Cabe aclarar, nunca desayuna té, jamás cura el insomnio en leche. El anfitrión no dormirá mientras los vecinos lo hagan. Como trabaja en el aeropuerto usa el cambio horario de los pasajeros, robándoles el sueño. No recibe denuncias. Los pasajeros están ocupados en sus tarjetas de plástico, corren agitados en otras lenguas, amarrados por cinturones divisorios del fin del torso y el inicio de las piernas. El anfitrión está escupido por acá. La mano en un rincón, el pie en otro, las rodillas sobre esto que se parece cada vez más al suelo. Pareciera rendido por los fármacos, si no viéramos una boca abierta bajo la cara oculta. El anfitrión nos sonríe, la rendición engañó a los chalecos, como el óleo a las arrugas, arqueadas por libros como noches, por clavos como muletas. Porque no es la tarta de ricota la que espera sino la comodidad de quitarse el traje que juramos llevar y escondemos en el placard. Porque fuimos dos ojos y una boca, cuatro ojos, dos bocas. El anfitrión nos había empapado, manchándonos el color de ese insomnio, de este o aquel que lo quitara de lo que sea que es la cama, rodeada de peces pincel, colegas de ronda, un trago por acá, a ver si se calma la jaula de perros, a ver si llama a la escritora y le muerde los dedos. Dónde empezará el living room, cuál será el living room, se pregunta un regalador de tazas. Aquella debe ser la cama, este capuchón irá con esta birome, qué color será la paleta de colores. Miren cómo nos mira el espejo, cubierto por telas de araña y cuchillos de papá, enmarcado por espadas de látex rompe huecos de piel, salpicado de besos blancos antes del patio. Ah, el patio, donde hormigas de hierro nos guían, mansas y fundidas, abrigadas por plantas, tan ajenas a la cédula hecha polvo. El anfitrión fumaba sin fumar, nariz transpirada, tanto vapor en pocas ventanas, como nubes de ojos en celo, corriéndonos antes de la lluvia, después de los abrazos y el corran, corran antes que se cure el insomnio, ¡la leche!

miércoles, 9 de junio de 2010

Juicio a la mujer que se tiñe

(Por Hipotálamo)
Los integrantes de la Junta de la Ultima Fila denunciaron a la señora que se tiñe por abandono a quienes supieron contenerla y abrigarla como nadie lo hizo, sobre todo con estas temperaturas.
A fin de desacreditar a la acusada, la Junta desnudó que es blanca la base de la cabeza de la señora y no de otro color (caoba, por ejemplo) ya que la tintura cedió un centímetro al crecimiento de pelo, dejando al descubierto problemas de raíz.
“¡Pero de pelo que es mío, maleducados!”, retrucó la señora de la cabeza ante la prensa, cuando el caso trascendió las salas de Tribunales. Al respecto, la Junta reconoció que una superficie rojiza ocupaba espacio entre la frente y la nuca y entre la oreja y la oreja.
La opinión pública, confundida como costumbre, quiso conocer el trasfondo de la cuestión, rechazando de plano matices superficiales como quién se tiñe y quién no.
La Junta recibió con agrado la inquietud mediática y empezó por la esquina de Juncal y Suipacha, donde la señora de la cabeza había subido al ómnibus por la puerta delantera, cmo buen ciudadano.
¡Pero por qué una señora tan coqueta eligió un ómnibus!, interrumpió el periodista, confundido como costumbre.
La respuesta no se hizo esperar. La defensa de la señora de la cabeza adujo la elección de su cliente a la falta de cambio para el taxi y, amén de las pocas cuadras, al cosquilleo del transporte público. Pero, aclaró la defensa, si la cliente llegó a la última fila fue solamente porque los pasajeros de las primeras filas simularon lectura y no se movieron de sus asientos.
De acuerdo, convino la Junta, pero si la señora de la cabeza no comparte nuestra ideología y respeta la suya viajaría de pie. En lugar de integrarse al grupo de la última fila, se sentó sobre el borde del asiento, incómoda desde el principio, sin el tupé de disculparse cuando sus bolsas golpearon la rodilla de un padre de familia. Como atenuante, la defensa hizo notar que los ronquidos y la música móvil de la última fila alteraron a la cliente, es decir a la señora de la cabeza, como lo haría con cualquier otra señora de cualquier otra cabeza.
La Junta reconoció que las diez horas laborales y los grupos de género tropical caracterizan a la última fila, pero de ninguna manera se hace responsable de la conducta de los señores de adelante, golpistas contra los principios de gentileza y cordialidad.
Testigos a favor de la Junta declararon que la cabeza de la señora de la cabeza se meneaba con rezongues, en clara señal de desprecio, y que recién respiró aliviada cuando un estudiante bajó en Peña y Ayacucho para abandonar la última fila y ocupar el asiento libre, sumándose a la comodidad individual.
¡Hágannos el favor y dejen en paz a una señora grande, gente de cuarta!, reclamó la amiga de la acusada.
La Junta desoyó cuestiones de edad indicando que en la mudanza de asiento la señora de la cabeza fue tan ágil como en los tiempos sin tintura y brincó tres veces hasta sentarse.
Retocándose el pelo, feliz, muy feliz, la señora de la cabeza miraba a la calle con muecas de picardía por el qué dirán las nietas cuando les cuente el viaje en ómnibus. Claramente no imaginaba las acciones legales de turno.
Condenada a viajar en subterráneos a hora pico, la Junta de la Ultima Fila celebró el fallo con asado popular. Fue el viernes al mediodía, en una esquina emblemática del barrio de Balvanera.

viernes, 4 de junio de 2010

Viaje al centro de la lycra

(Por Hipotálamo)
Brama la nuca, ¡truenos! Con auriculares nadie calla al coro de niños, trompeta anuncia suspenso, hilo con aguja, pie patea bajo cama. Páginas como sábanas entre pelos y sangre. El gran jabón pura pompa será, tan burbuja, apertura de paréntesis, cuatro cifras, guión, cuatro cifras, cierre de paréntesis, ¡biografías de neón! Usted qué hacía a tal edad, yo recibí tanto amor y nunca fui coro de niños. Si el tren no está limpio, si los vidrios, si el vendedor voz de radio, si los albañiles qué colectivos conviene, si todo eso juego a las caras de esas voces. Si en colectivo, el chofer pisa el freno pero lo hace porque mal armada fue la frase y la pausa ordena el recorrido. Atención, chicos de compra, las mercerías son un secreto terrible, vidrieras de brazos cortados por el codo, piernas por la rodilla, torsos sin brazos ni piernas, cabezas sin torso, guantes de mano, medias de lycra, camisones, hasta cascos de alambre para el maniquí sonriente porque el semáforo verde. Ah, grandioso sería el fin del motor, bajarse de cerca a la vidriera, vos, pegamento estira sonrisas, ¡cejas pintadas arcoíris! Ojos tan abiertos sin señal, pestañas de hule, bocas diciéndonos algo, brazos y torsos y piernas, cosidos por una mano real, el resto de la media de lycra hecha moño, metida en el hueco de lo hueso y carne, gasa calma sangre, ¡calma, sangre, calma!