martes, 14 de diciembre de 2010

Carta de Estados Unidos

Cuando desperté hace doce horas, bajo mi puerta se arrastró un sobre blanco con tiras rojas y azules. Me encantó el sobre. Claro, lo decís por los colores, me dijo Ignacio, un amigo que se quedó a dormir, en clara alusión a los de San Lorenzo.
Pero no era eso. No lo digo así por resentimiento a la última campaña. Acá predominaba el blanco mientras que las tiras rojas y azules eran los detalles, es decir, todo lo contrario a lo que pasa en el escudo y la camiseta de mi amado club.
Lo que me encantaba del sobre era su distinción de los marrones aserrinados o los blancos mal hervidos. Ni siquiera cuando recibo cartas de Albertina me gustan esos sobres.
Para sorpresa este sobre venía de Estados Unidos, pero tampoco relacioné los colores a la bandera de ese país. Me gusta el pantalón de Rocky Balboa pero no la bandera. De hecho el sobre tenía serigrafiada una banderita con alas y tres franjas horizontales: roja, blanca y azul. Como la de Paraguay. Sobre la franja roja decía en letras blancas VIA AIR MAIL, sobre la franja blanca decía en letras azules CORREO AEREO y sobre la franja roja en letras blancas decía PAR AVION. Es decir que rojo era el inglés, blanco el español y azul el francés. A la izquierda había una ventanita de papel transparente. A través de ella vi los datos del destinatario, de míster X.
Di por supuesta la dirección correcta y al no coincidir el nombre con los nuestros, el mío y el de mi hermano, somos dos, las alegrías de nuestra madre, ni con el nombre de la dueña y única habitante hasta el actual alquiler, miré el piso y la letra: 18 F. Era claro que acá estaba el error: nosotros, los dositos, vivimos en el 18 E. La media navideña colgada de la puerta tapó la letra y confundió al portero, un malhumorado que reparte lo que deja el noble cartero. En ese momento pensé que un error lo tiene cualquiera, que realmente me encantaba el sobre, que me intrigaba el contenido, pero que iba a dejarlo bajo la puerta de la familia vecina.
Hace poco Albertina me mandó una carta y nunca llegó. Sé muy bien lo que es esperar algo que no llega. Aunque cuando llega...
Salí a trabajar olvidándome del asunto. La historia terminaba aquí.
Hasta que volví hace dos horas y abrí la puerta desde el otro lado que hace doce horas. La abrí con dos vueltas de llave y volvió a aparecer el sobre sobre el mismo piso del mismo living. Volví a ver los colores, la banderita con alas, y el 18 F. No sé por qué pero pensé que yo podía vivir en el F, de Fernando, el nombre de mi hermano menor, ¡otro varón!, como dijo mi madre.
Pero no: vivimos en el E.
No podía volver a equivocarse el portero, a menos que en la escuela le hubieran enseñado que la E era la F o que, en el mejor de los casos, hace unos años hubiera desaprobado un examen visual para conducir camiones y debiera conformarse con la vida de edificio. Eso explicaría su malhumor constante.
Lo importante era que tenía el sobre y salí a llevarlo. Dejé abierta mi puerta. Corrí el riesgo de que el viento de estas alturas la cerrara y yo me quedara afuera y este relato hubiera sido escrito recién cuando mi hermano volviera de ver a la novia, aunque mi madre todavía dude si tienen relaciones.
Todo eso pensaba cuando golpeé con los nudillos dos veces la puerta del 18 F, oí un chistido, sentí que me espiaban del G, ahora insistí con el timbre, hasta que sin abrir una mujer preguntó quién es. Acostumbrado a la paranoia de inseguridad que viven las vecinas de Buenos Aires le dije que era del E, me mintió que estaba en la ducha, le dije que tenía un sobre para el señor (leí el nombre de míster X), me respondió que ahí no vivía y una segunda voz femenina le susurró que acá no era. Un poco desorientado le dije que bueno, gracias. La puerta no se cerró y así volvió a entrar el sobre a mi casa, esta vez en mis manos.
Viviera o no míster X en el departamento F me intrigaba por qué habían devuelto el sobre al E. Volvía a estudiarlo cuando recordé lo que había dicho la segunda voz. Ella había sido quien más sabía sobre el sobre. Ella había pensado exactamente lo mismo que yo sobre la confusión de la F con la E, sólo que desde el lugar de la F.
El portero se había equivocado hace doce horas. ¿Y el cartero? ¿Realmente estaba, en palabras de las vecinas, libre de pecado? Mientras se lo preguntaban juntaban piedras para lapidarlo. El error original fue del cartero. La dirección del destinatario era efectivamente un departamento 18 F, ubicado correctamente en la calle Blanco Encalada, pero el error estaba en la altura: nosotros, Alfredito y Fernandito, 29 y 25 años, vivimos al 1721 y el nombre del sobre al 2387, a seis cuadras, cruzando avenida Libertador, en el coqueto barrio River, muy cerca del estadio del club apodado El Millonario.
Volví a mirar el sobre. Confirmé que lo mandaban de Estados Unidos. En la parte superior había tres bloques de tres renglones, cada uno con distintas tipografías.
A la izquierda decía la procedencia:
Post Office Box 31277
Tampa, FL 33631-3277
United States of America

En el medio decía la jerarquía:
INTERNATIONAL
PRIORITY
AIR MAIL


Y a la derecha datos del sello postal:
02 1A $ 00.98
0004620044 NOV.22 2010
MAILED FROM ZIP CODE 33610

Los americanos, pensé, realmente saben cómo hacer las cosas. Te avisan dónde están si queremos ir a buscarlos, después usan las mayúsculas rojas para que les prestemos atención y por último, casi como al pasar, nos recuerdan que nada es gratis en este mundo y que ellos hicieron su tarea, y la hicieron el 22 de noviembre de 2010, ¿okay?
Abrí el sobre sin más vueltas, tratando de no romperlo en caso de que el contenido sea importante y me invadiera el sentimiento americano de hacer las cosas bien, corregir los errores de mis hermanos latinos, de transpirar las seis cuadras y dejárselo al portero del 2387, otro pobre hombre que no eligió arrastrarse a los pies de míster X.
¿Quién era míster X? Aun no lo sabía.
Sólo sé que era una carta del Citi Bank de Florida, Estados Unidos, desde donde le agradecían a míster X la transferencia de 75.000 dólares de la cuenta XXXXX0643 a la XXXXX9847.
Me impresionó el monto, y que sea en dólares, cuatro veces más que nuestros pobres pesos. Sin dudar, conservé el sobre, rompí la carta en pedacitos y la tiré a la basura.
Una persona que hace ese tipo de trámites bancarios, que pasa a la ventanilla sin hacer cola, que vive donde vive, esa persona puede levantar el teléfono, marcar los prefijos internacionales y escuchar las disculpas del caso en inglés. Yo vengaba a todos los empleados echados por míster X, a todos los porteros ignorados por míster X, a todos los mozos maltratados por míster X, los que le llevaron su orden sin las gracias a cambio.
Al relatar esta historia traje la historia original sobre la que iba a escribir, algo sobre un vuelo reciente que hice junto a dos cantantes populares: Valeria Lynch y Gladys La Bomba. Además de esos papeles con correciones traje el sobre. Volví a mirarlo y pensé en escribir sobre él, sin tantos detalles como los citados. Decidí no hacerlo, prefería terminar lo que había escrito a la tarde, la historia de mi propio vuelo y no del de un sobre. Como el relato sobre Valeria Lynch y Gladys La Bomba había sido escrito en la computadora de mi trabajo, hace seis horas, me mandé un mail con el archivo adjunto, un word común y corriente, para abrirlo cuando llegara a mi casa. Supongo que mucha gente lo hace, pero a mí me hace creer que soy pícaro y mi madre diría que eso lo hago porque soy brillante.
Mientras ponía la contraseña veía el sobre, imaginaba qué hubiera pasado si hubiera sido una carta de puño y letra, un abuelo de Miami, o una novia de Chicago, algo más romántico que las cifras mecánicas de cuentas bancarias, que la falsa cordialidad, que el dear míster X y datos sin relevancia. Imaginaba todo esto cuando tuve problemas para descargar el simple adjunto. Tuve que abrirlo con otra versión del word y la historia de Valeria Lynch y Gladys La Bomba apareció en una pantalla blanca, en letra usada por la marina, rodeada de jeroglíficos y siglas escritas como en código morse. Así:

H J ¶ · ¸ ½  ¡ ¥ W B* OJ tu vida siempre ha sido una mentira *** ðáÒáÃÒ´¥–¥Š¥{¥ Detrás de unos anteojos para todo el sol está Valeria Lynch há%2 há%2 B* OJ QJ ph@1R há%2 B* OJ QJ ph@1R

Ese estilo de tipografía y mi autoengaño me hizo pensar que se parecía a una carta. La historia de Valeria Lynch y Gladys La Bomba podía esperar. Yo había recibido una carta de Estados Unidos, pero debía saber quién era míster X, quién era yo, el hombre que hubiera leído el agradecimiento del Citi Bank si el cartero hubiera dejado la carta al 2387. Yo era míster X y necesitaba saber cómo me llamaba, cómo me decía el portero, ese pobre imbécil. El nombre de míster X estaba en un pedacito de papel del tacho de la basura, donde mi otro yo habia vaciado la yerba húmeda del mate que tomó hace doce horas, antes de salir a trabajar, cuando nada de esto había pasado.
Ahora, la yerba y la carta eran una sola cosa. Separé los pedacitos y los lavé con agua. Había metido las manos en la basura por un asunto estadounidense. Así descubrí que yo me llamo Carlos Braulio, que no soy hermano de mi hermano, pobre mi madre, que yo tengo 46 años y que llego solo a mi departamento como todos los días, pongo a cargar el celular y chequeo el correo. Si la mucama no está yo mismo recojo los vencimientos y los guardo en la carpeta correspondiente. Dejé de preocuparme por pagar en término desde que todo se debita en esta vida. En cambio, me genera intriga una sola cosa. Desde hace unos días espero una confirmación del Citi Bank sobre una transferencia que hice a fines de noviembre. Hablo de 75.000 dólares. Tiene que haber pasado algo, algo raro para que no haya llegado.

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