jueves, 16 de diciembre de 2010

El boliviano (epa)

Se iban a la pausa. El operador ya había puesto la cortina musical y el iluminador bajaba la intensidad de los reflectores. Terminaba un bloque dedicado a la toma de un predio en las periferias de la ciudad, como si nosotros, los queridos televidentes, fuéramos el centro de.
Según el lenguaje policial, en el hecho estaban involucrados inmigrantes ilegales. Tres de ellos resultaron víctimas trágicas.
Murieron.
Esta noche, con el foco de conflicto controlado, analizaremos las causas y el brote xenófobo de sectores de la sociedad argentina y trabajadora. Para ello, el conductor del programa, un homosexual encubierto y respetado por la opinión pública, invitó a un boliviano representante de la comunidad boliviana y a un porteño representante de la comunidad paraguaya.
El boliviano (epa) era un hombre joven, aún con la incertidumbre indígena de la edad. Se parecía a Evo Morales, aunque quizás todos se parezcan a Evo Morales, como dice mi vecina. El boliviano de rasgos chatos y flequillo tupido usaba ropa de civil, como si sin ella fuera un bárbaro. Apenas una camisa de comunión por afuera de unos pinzados azules, el conocido pantalón de vestir, porque uno de vicuña, ¿de qué sería?
Nadie escuchó lo que le dijo el boliviano al conductor, quien lo trató de señor todo el tiempo, con la s marcada. Tampoco prestaron atención a lo que dijo el porteño de los paraguayos. Este era un hombre superior, superior a los cincuenta años, de pelo largo atado y barba canosa. Se parecía a los profesores de Sociología que editan libros para sus alumnos. Le decía doctor al conductor y el conductor lo trataba de profesor todo el tiempo. El profesor se ganó el trato porque cada vez que hablaba le acercaba una carpeta con papeles.
Cuando se iban al corte el conductor les dio las gracias por la presencia y se interrumpió cuando aceptó que dijeran una cosa más. Esto era menos importante todavía. De hecho el operador no había interrumpido la cortina musical. El conductor volvió a agradecerles y nos anunció que volvería después de la pausa.
La música subía y los micrófonos se desconectaron, el profesor le extendió la mano al conductor sin levantarse de la silla. A cambio recibió un fuerte apretón. En tanto, el boliviano se paró, ahí se le vio la camisa por afuera del pantalón de vestir, se secó la palma transpirada y le ofreció la mano al conductor. Ya estaban casi a oscuras por la tarea del iluminador. Y el conductor le estiró la mano sin dejar de mirar al profesor. Al primer contacto, el boliviano sintió cómo se le escurría la mano del conductor.
Mientras el profesor acomodaba el portafolios, el boliviano siguió de pie, volvió a su lugar y metió la silla debajo de la mesa. Cuando la música llegó al techo, la imagen se fundió a negro, parecido al color de la placa que dice Espacio Publicitario.

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