jueves, 20 de noviembre de 2008

¡Felices Fiestas!


(Por Hipotálamo)
Ahí va el chico de las hamburguesas rápidas con su combo navideño. Antes del ruido a trueno que hace la persiana, se detuvo sobre el mostrador del almacén: había una botella de sidra, algunos confites y una maceta de pan dulce envueltos en celofán. Sin margen en la tarjeta de crédito, la visita a los chinos valió el día. El chico de las hamburguesas rápidas no tomaba sidra ni comía pan dulce, pero le gustó la idea de apurar el año. Faltaban cinco semanas para la gran semana y el combo ya estaba ahí, listo para inaugurar la vigilia. Con el paso apurado llegó al balcón porque anoche no hacía frío y, mientras la botella jugaba con la explosión en el freezer, arrancaría a tirones las frutas secas. Lo haría como la maestra que tiraba de sus patillas, cuando los años eran de mañana. “Ah, la señorita Olga…”, contempló. Pensó en llamarla si tuviera el teléfono. Con la época como excusa, le daría las gracias. Ese reto era lo que entonces conocía por dolor. Ahora minimizaba aquella caminata carcelaria a la dirección; destacaba la lección que lo preparaba para las condenadas noches de la adultez.
El chico de las hamburguesas rápidas no recuerda la peor noche de su infancia. Fue cuando sus padres se divorciaron después de la primera hamburgueseada y de que soplara las velitas. La gota que rebasó el matrimonio fue que el payaso les había cobrado una fortuna. El accidente que este trago de sidra fría que casi se congela no olvida es el de la pelota de gajos celestes, blancos y negros, sólo pateada dos veces, una para iniciar el juego, la segunda para la esquina donde el colectivo la mató. El complejo de Adidas Tango le dura hasta el presente, por eso corre poco en el trabajo. Eso no le gusta al jefe, un ex amigo que de tanto sonreír ahora grita. El chico de las hamburguesas rápidas no pensaba en un despido con indemnización hasta ayer a la tarde, cuando el jefe le tiró una cajita feliz, armada, con el juguete adentro. Por eso mordía con odio el turrón mientras definía los pasos a seguir. Quería quitarse el olor a aceite de encima pero lo pagó una pelota que estaba en el balcón, olvidada por el desuso. Ya desinflada, la tiró a la avenida.
Sin aire para el alivio, pensó en los protagonistas de los días que se venían. Una vez destapada, la sidra sólo podía terminar en la sangre; abierto, las migas del pan dulce sufrirían calambres; el turrón, aunque pegajoso, aguantaba un poco más, quizás hasta Reyes. El milagro era que por una vez no hubiera torta helada, tan irresistible que la dieta pasaba a la segunda semana de enero. “Esto de las fechas”, magullaba, descreyendo de que las hojas del almanaque se llevan todo, de que el comienzo de la semana es el de una nueva vida, ¿y de que el sábado y domingo es el fin de?
La primera sidra del fin de año fue un éxito. Exquisita si se tiene en cuenta el precio y generosa por las sonrisas cuando las burbujas colapsaron en la garganta. Es cierto que no le provocó otros cosquilleos como antes. El chico de las hamburguesas rápidas recordó cuando, tímido, tomó un sorbito extra a la hora del brindis y se creyó mareado. Luego reflexionó sobre el paso de grado etílico en séptimo, donde pedía el paso del vino que se vino la pachanga. Una vez la señorita Olga lo escuchó y así le fue. Anoche estaba solo, sin nadie para retarlo. Los platos tan sucios que fue a lavarlos no sin antes llenar dos botellas de agua y mandarlas al freezer. Iba por las cucharas cuando las sacó, listas para tirarles un jugo en polvo. Esa fue una inteligente planificación y no le demandaba tanto tiempo como ponerse los pins después de planchar la camisa. Vestido para atender, el chico de las hamburguesas rápidas viajó al trabajo esperando que la noche llegara para otro combo navideño. Era el sentido de su días. El despido sin indemnización era inminente. Eso era lo que nunca leía en el diario gratuito: las cifras del golpe económico escondían las del afectivo. La mamá lo llamaba de vez en cuando y había insinuado invitar a la chica de las hamburguesas rápidas para el 24, pero no iba a ir porque al jefe se le fue la mano con ella y a ella le gustó. Otro posible ausente era el tío, que dirige a un equipo de la Liga que pelea el campeonato. Tampoco estaría el notable primo, tan ágil para los negocios como para las mujeres. ¿Y él? ¿Iría? Cuando llegara la cita tan esperada, se harán las nueve y el boludo él todavía seguirá sin bañarse. Luego de 32 noches de sidra, deberán despertarlo, tirarle un poco de perfume y que sonría hasta saludar a la tía del postre helado. Chocadas las copas será lo mismo de siempre: la noche donde todo está permitido para dar paso al despertar con la foto del primer bebé del año, la disputa de las madres por quién lo parió antes y el móvil desde la playa.

2 comentarios:

Kissi dijo...

Ya me puse grinch, jeje. Besotes, me gustó.

Anónimo dijo...

El chico de las hamburguesas rápidas palpita el clima de Navidad, que le dicen. Un abrazo, querido Alfred. ¿Todo bien en Baires?