lunes, 24 de noviembre de 2008

Puntos


(Por Hipotálamo)

. Trebuchet acompañará estas líneas. No le gustaba el punto: menos los dos, uno encima del otro. Pero son puntos. Y punto. Pasan muchas veces desapercibidos. Hasta sufren humillación, tal cual es el caso de los suspensivos… Uno, dos, tres, no dos, cuatro o seis. Un poco de respeto para ellos, o para él, capaz de ser seguido o de ser final, según el humor de quien lo hunda. Gustaría un punto de inicio, como el que figura cinco líneas arriba. Nótese que debe aclararse este ítem, este punto. Podría confundírselo con un recurso estético, con un síntoma de orden, según la lectura de él, quien pensó que recibía los últimos movimientos de la tarjeta de crédito y lloró. Estaba limpio de culpa y cargos, y lloró. Ese sobre no traía números: apenas 96 palabras y un punto, final, final.
Usó la carta como posa tazas, retiró el saquito de té, exprimió las últimas hebras y esa lágrima de siempre se coló hasta sortear la barrera más dura, la del grueso papel de sobre. La teína acelera corazones en estado de paranoia del protagonista que nunca leyó sobre eso ni eligió el diván. Mal no hubiera hecho, aunque iba a pagar en cuotas, optimista, sin interés. Ya era madrugada cuando la taza dejó un círculo marcado, invitándolo a entrar, a releer lo que le escribió. Luego del seco suplicio “Leé esto, por favor”, el punto ya no estaba. Se lo había llevado el sorbo que cayó de la cuchara. Lo buscó de un lado de la hoja, del otro, corroboró fecha y bar de escritura, bajó en pantuflas hasta el diarero de la esquina, el único despierto a esa hora. El punto no estaba. ¿Y ahora? ¿La llama? ¿Va? ¿No? ¿Dormirá? ¿Sola?
Así paso su vida pasó. Entre signos. De puntuación y de interrogación. De certezas y de incertidumbres. Los puntos los recibía, los signos de pregunta los paría. Entró en penas, comenzó a beber, le agregaba pastillas de edulcorante al té, tantas que sintió manzanas en la espalda. La sábana fría le recordaba lo solitaria que era la vida. Un día puso una bolsa de agua caliente, sin quitarle el aire lo suficiente como para esa explosión en los pies, alterando la forma de uña y meñique, bailarina pareja al son de Miguel Bossé. Todavía vendado, ya sin su té adulterado, destapó un vainillín. La metamorfosis del galán de gamulán llegó. Una cucaracha lo llevó en subte. Lo invitó a subir. Lo infectó con una aguja crochet. Ya era otra mañana, ya era otra sombra, cuando buscó una escoba para quitarse los dolores. El mareo lo tumbó. Esa noche recibió la carta. Cuando el punto estaba ahí. O no.

2 comentarios:

Disco Stu (Juan Rovira) dijo...

Hipotálamo, me gustó y PUNTO. Algo APARTE es que, según mi signo, mi PUNTUACIÓN me pide que le ponga a tu relato 10. Abrazo SEGUIDO de un "bravo, bravo"

Mente Ridícula dijo...

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Son diez, por las dudas (once, en realidad).