jueves, 9 de octubre de 2008

Avenida Corrientes

(Por Hipotálamo)
Las bibliotecas son horizontales, tumbadas como zapatillas de talle único. Los músicos son solidarios, sobrios como pide la cultura.gov.ar. Los africanos son custodios, discretos como si sus joyas valieran el silencio. Las mujeres son de imprenta, perdidas como las voces de sus gerentes sin título. Folletos más, folletos menos. Follemos más, follemos menos. La oferta baja desde Callao hasta el Luna Park.
Sin guantes ni vaselina, a los cojines de El Ateneo Grand Splendid. Abajo, una raya al costado, la mandíbula de monedero y el lunar beige. A su lado, una rubia del 76. Llega el hijo. Pispea el recital. Mejor cortate el pelo si querés lo que pide la inmobiliaria. La futura madrastra se acomoda el escote. Estás hecho un hombre. Circe. La cuenta, por favor. Cuente bien. Cuenta bien.
La taza escaseaba en cafeína. ¿El cojín se hará sofá cama? Vamos, de pie, lector, a la biblioteca vertical. En la sección de argentinos, antes de Marechal, cuatro ediciones de ese padre del aula inmortal desde el 99, caminante en zapatos náuticos, abdomen de meses y marcos negros: David Lagmanovich. Una generación de periodistas fue su alumnado. Para algunos, la tortura franciscana. Dictaba clases los martes a las 7 y ahora fue reconocido por una editorial española.
Camino a las mesas de saldo, grandes escritores ridiculizados en carátulas al costo. Borges y Bioy Casares confundidos como si hubieran nacido Bustos Domecq. Un lector voraz del fútbol rosarino los daña. Bang, su pistola dispara pegatinas verdes. Bang, ahora naranjas. Escupe y deja su sello: pesos diez. Cerca, Sábato. El rostro resignado por sus recuerdos de España sobresale. Suena mejor perderse por Parque Chas, chas, chas. ¿En la colita? Vuelven los folletos. Se los recibe con la amabilidad que se los tira. Piensan que todos toman sopas de letra, esas biblias de trenes inflamables. Banfield se hace presente. ¿Y Cortázar? No hay usados, responde la ex vendedora de Essen. Oh, Carol, es exclusivo de Yenny.
De pausa en la confitería, una pareja se tose. No habrá confites. Otra transmite su incomodidad al mozo. No atiende. Ay, fuego, fuego. Hay fuego, en la cocina, fuego. Agua, que sea del río, lejos del cine impuntual, del rincón beatle desesperado, cerca de los enanos lustrabotas, de los relojes del custodio, de los diarios gratuitos mojados para la balanza.
El juego fue en vano. No hubo Rayuela a precio de fábrica. Tampoco la escondí bajo el sobretodo. Hubo hallazgos como dos tucumanos que roban risas en el paseo La Plaza y la revista Sur con su Borges tan parecido físicamente a Aurane. Al margen, Carriego, Almafuerte, Baltar y Lugones en Proa y Prisma. Un año atrás las publicaciones costaban casi quince monedas, hoy sólo cinco. Para el final: el rescate emotivo. Morón, tierra de Tristán Baus o Amelia de Praino, dos de los nueve escritores que el 20 de noviembre de 1980 fueron dueños del lejano oeste. Publicaron quinientos ejemplares de Los senderos de la mente. Uno llegó a mis manos. Ahora leo el cuento Nace el sol, muere el sol, dedicado al profesor Arturo Cambours Ocampo. ¿Será el mozo que no viene?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo, (Et tous nos amours, sollozó Emmanuèle boca abajo), lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia (Je n'oublierai pas le temps des cérises, pataleó Emmanuèle en el suelo) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato."

Hipotálamo dijo...

Seas quien seas...

huellas compartidas dijo...

Rayuela será el tesoro que le dejaré a mi querida amiga Anita... para que la acompañe estos 7 meses que estará de paseo por las tierras de Maconals y el Wall Street...
Espero que en sus páginas guarde un poco de brisa de estos Buenos Aires... y le den la frescura que necesite...
Mucho la voy a extrañar... pero sus alas ya tienen ganas de volar... alto, muy... como me la imagino, en lo más alto del cielito...

Señor, hace muucho que no conversamos !
Espero estes bien...
Besos !