martes, 21 de julio de 2009

Flash


(Por Hipotálamo)
He decidido abrigarme sin ropa. Reniego de las pieles de la madre y de las corbatas del padre. Este viento siempre se cuela entre las mangas y altera el jopo de cenizas. La sesión de fotos está por empezar y cuando la vestuarista insiste si posaré así mis ojos le responden. La lente de la cámara irrita más mi mirada hasta pedir un cuarto intermedio para entrar a la óptica: no preciso más aumento, doctor, sólo engrose los marcos de carey.
Fiel a la copia masculina familiar, soy lampiño, lo cual es una ventaja con mujeres coquetas, pero una desgracia en estas decisiones de revista. Apenas un manojo de pelos cubre la quijada y otro tanto la mandíbula. Con el jopo revuelto queda bien, o al menos así me consuelan cuando pinto algo desalineado para el living. Mis problemas de pulso comenzaron cuando compré unos guantes de hule. El vendedor juró que el uso cotidiano los amoldaría al tamaño de mis nudillos, pero una vez llovió y los dejé cerca del horno.
Para probar mi valentía he decidido cambiar la bufanda de rombos escoceses por columnas de humo azul. Braman los pulmones, lo sé, doctor, pero cada pitada es calor. Ahora que lo pienso, nadie atiende a los fumadores sociales que giran en las esquinas, acostados bajo el baúl de los autos. Mientras cambiaban de rollo chocaron a un abogado y huyeron. Al juicio lo ganó desde la cama: bastó que comprobara las marcas del neumático. A mí, por lo pronto, no hay caucho que calme el crujir de los tobillos. Así que ando descalzo, despreocupado de los vidrios del fin de semana. En las pantorrillas la tinta negra de los tatuajes se convirtió en un cuero verdusco y la cara de mis padres quedó como la de mis abuelos.
Pasearse desnudo por las calles, por más que la medicina me ampare, no es tan cómodo como parece. Ni siquiera un amigo del Caribe me entiende. Por eso antes de completar mi decisión, les dediqué un tiempo a la zona de las caderas. ¿Hojas de parra? Confusiones bíblicas. ¿Polleras de cartón? Clases bajas. Pensé en cáscaras de alguna fruta. Será porque el recuerdo de una tía, acostada para que ceda el oxford, vuelve seguido con sus insultos a la celulitis o, como indica la tapa de la revista, a la piel de naranja. Claro que probé naranjas, algunas mandarinas, pocas veces un pomelo. Nada tienen que hacer contra un sorbo de coñac. Supe que faltaba un trago seco cuando me cubría ante cada disparo. Vencida la inhibición, llegó el policía. Simpático el hombre, escuchó mi historia. Comprendió quién era Luis Uzcategui, amigo de la familia, psiquiatra de profesión.

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