(Por Hipotálamo)
Una migaja de avena quedó quieta, sola, lejos de la manifestación. La imagen es apenas distinguible por el contraste entre el marrón de la avena con el blanco del mantel. Hace unos minutos, el hombre comía con la boca cerrada. El éxtasis por el sabor de la avena le hizo perder los modales y de su boca cayó la migaja. Como suele suceder cuando los picnics asaltan las siestas de San Telmo, el sol iluminaba el tronco de la bombilla del mate. La bombilla se erguía sobre un campo de trocitos de yerba. Acorde a vísperas electorales, los trocitos estaban apretujados para escuchar a la bombilla, aunque opositores explicaron el fenómeno en la humedad del primer mate. Los trocitos del fondo esperaban un chorro que los reacomodara hasta la primera fila así juzgaran si la bombilla, verdaderamente, era de plata o de alpaca. La ilusión gobernaba a estos simpáticos seguidores del partido Verde. La migaja, quieta, sola y a lo lejos compartía ese tipo de sensaciones. Pensaba cómo podía sumarse cuando el hombre tomó otra galleta de avena. Luego del primer bocado, el aire comenzó a oler raro: otra migaja se había aferrado a una rugosidad de la garganta y el hombre necesitó toser dos veces para hacerla volar en una preciosa comba, derechito hacia la manifestación. El estupendo plan de la otra migaja produjo brotes de llanto en la migaja. Faltó tiempo para pañuelos porque el agua del párpado (no entraban dos en tan breve rostro) infló su pequeño cuerpo. Como dos manitos encascaradas y unas patitas de paréntesis se deslizaron hacia los costados, con un poco de entusiasmo saltearía los lunares del mantel. El temor por ser descubierta duró hasta que trepó por la cuerina del mate. El hombre, ya sin sacudones en el pecho, había puesto toda la atención en lo que escribía. Mientras la correa del perro de un vecino dejó de ceder y tres señoras pateaban el viento, la migaja llegó a la cumbre de la bombilla que saludaba a la multitud. Inesperados abucheos de los trocitos de yerba obtuvo como respuesta. La migaja era quien ahora movilizaba a las masas mientras crecía el rumor de la hazaña. Los trocitos de yerba esperaron unos minutos más de sol para cambiarse de color y fundar el partido Marrón. Pasaron esos minutos, la migaja de avena subió al borde de la bombilla y el rugido amagó con desviar la mirada del hombre. La migaja alzó sus manitos. No habló porque era una migaja y, acorde al slogan en el que trabajaban publicistas, entró en acción. La primera medida fue zambullirse al hueco de la dolida bombilla. Allí esperó con ansias que el hombre disfrutara del segundo mate de tan agradable picnic.
3 comentarios:
Que grande la miguita!!! Qué bueno leerte un lunes a la mañana, amigo querido. Te mando besos
Esto sería algo así como un minimalismo textual? Una lupa en los ojos? o delirio de domingos por la tarde?
Sea lo que sea, bien escrito está; como siempre. Me gustó la migaja, la protesta de los palitos, la pasividad de la bombilla, la desolación de ese hombre... (así lo imagina mi cabeza)
Saludos Alfred!
"El éxtasis por el sabor de la avena le hizo perder los modales y de su boca cayó la migaja."
Esa frase es espectacular. Sacándole la parte de la avena, se aplica a muchísimas cosas. Gggggggenial (con énfasis en la "G").
Publicar un comentario