(Por Hipotálamo) Lloraba tanto que su moco fue otra pompa de jabón. Pataleó hasta embadurnar los azulejos de espuma. La falange del anular izquierdo le fregaba la cabeza como si el sumidero se llevara la foto con ella de blanco. Le advertía que si volvía a hacer otro escándalo la próxima se las arreglaba solito. Cuatro días después habían retomado al diálogo pero la sentencia se mantuvo. Sólo le pidió que lo ayudara con la polera puesto que el cierre solía rasgar su nuca. Del otro cierre se encargó él, despidiéndose de la niñez. Echó a correr el agua, puso el tapón y desparramó el shampoo enemigo sobre la bañera. Un pato de hule y un perro de plástico lo rodeaban hasta que la burbuja explotó y dejó sus imperfecciones a la luz. Empezó por los pies ya que ellos habían sido los culpables de este baño. Fue cuando notó la uña del dedo gordo distinta a las demás, distante a la publicidad del pie feliz. Un alicate que pulía el gris rosado lo introdujo a la dramaturgia. Pero si quería ser pirata y terminar con la vida de las mascotas debía llevar una marca. Miró de cerca la navaja del hermano mayor cuando el jabón siguió de viaje hasta la rodilla. Tenía cinco años cuando lo empujó contra una bolsa de sobras de la empresa de carteles familiar. Tampoco recordaba que la cicatriz medía sus centímetros. Conforme con la huella, tomó aire para enfrentar a esa gelatina de durazno, amoldada entre el pubis y el pecho, dejando al pupo como emoticón de asombro y al primer pliegue de piel como techo a dos aguas. Disfrutó jugar con el relieve de sus costillas y le cambió el humor ese pelito de la tetilla derecha. Se había armado de paciencia mientras sus compañeros coqueteaban con las de séptimo grado. Acostumbrado a más, llevó su mano a la izquierda, donde el rebote fue más duro que el de la pecosa del primer banco. Sintió que podía conquistarla cuando ganaron el concurso de dictado. Más cuando se erigieron como la pareja de talentos luego del primer relato sobre el recreo. Y qué pensar cuando dejó a los amigos del fondo. Si supiera que ahí estaban los que a ella le gustaban, esos bandidos lindos o feos pero con el delantal corto, firmado, dibujado y sin reproches maternales sobre irritación ocular. La ducha volvió a abrirse y seguía sin cambiarse delante de hombres; menos en el gimnasio. No era un atleta, sólo se vestía como tal. Otra vez lunes de un nuevo mes, otra vez a la cinta de correr. Elegía la siesta a la espera de alguien que repare en sus zapatillas plateadas. Fue cuando la chica del conjunto Adidas se puso a su lado, luego de una caminata feroz, de cinco minutos, los suficientes para que le dijera algo antes de que eligiera los auriculares. La timidez en el habla debía compensarla con el trote y fue subiendo de niveles, formato nórdico si hacía falta, sin flaquezas. A la cuarta siesta se saludaron y luego de la rutina llevaron sus botellas de agua al sauna, ¿segura, al sauna? La nube de calor disimuló la uña del pie y la toalla la cicatriz. Pensó en meterse con remera como los veranos de playa. La sonrisa lo obligó a quitársela y a acostarse para evitar la mirada fija. Allí le habló. Le dijo que leía, le preguntó qué leía. La intimidad no duró ni una respuesta cuando el grupo del fondo se sumó: abrumados de endorfinas, tallados en bronce, rieron, rieron, rieron hasta cuando despreciaron al anónimo, al amigo de la sensación de Tribunales. Hablaron sobre autos, casamientos, salidas, celulares, cócteles, televisión, dietas y tratamientos capilares. Los ojos empezaron a arder como la primera vez. |
miércoles, 22 de octubre de 2008
Imperfecciones
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4 comentarios:
Me encantó. Un gusto leerte, como siempre. De paso y como un extra,me llevó de viaje a mi infancia también, de renegadas y peleas para entrar y salir del baño...
Excelente, amigo, como siempre. ¿Vamos por unas birras?
Fantástico blog me gusta me ha aireado mi imaginación y pensamiento estancado, muchas gracias por su edición con tan buen gusto felicidades, reciba un abrazo.
Excelente!
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