miércoles, 10 de febrero de 2010

La galletita de la mañana


(Por Hipotálamo, claro)
Usted despierta un buen día, un buen día porque despierta, de hecho el cuerpo es un hecho, bufa un poco porque acaba de bufar un poco, encima a la noche no acaba, y la mañana empieza con otro dolor, un inadvertido puntapié al inadvertido zócalo camino a la cocina. Pone el agua y como algo tiene que hacer el dedito tira la costra de almíbar del párpado, ojo dedito abuso, refregás como si no hubiera ojo. Silba la pava como silban los pavos amortiguando el chirrido por un dolor en aquel pie, un dolor de calor hasta el empeine, bienvenida de los sentidos, remolones hasta la hornalla, fuego y tuy la puta cuando el primer amargo le infla la lengua. Amortiguada la palabra usted piensa en el corte de cintas sobre ese puente que lleva lo exterior (agua, tanque de agua, caño, pava, mate) hasta su interior (boca, lengua, tráquea, tuy, panza). A simple vista usted chupó un mate caliente con un poco de polvo y esta bombilla que hay que cambiar pero no ahora que hurgó la alacena y desnudó un paquete de celofán, y encima anoche, así que cébese otro, pase la absurda galletita de la mañana, y ahora la miga se mete en el relato por lo que vamos a esperar que tosa, eso buen hombre, tosa porque la bombilla no es el único cambio del día y necesitará claridad fonética para la gran decisión gran seguida del gran insulto gran. Después del vasito de agua (gracias, querida) le quitará la percha a la camisa ni enterada del cambio de porte, frente al espejo acomódese el nudo, por favor, piense el desenlace, tirite, otro mate caliente, vamos.
El lunes de decisiones llega por otro puente a la altura de una calle donde ya no se gira tan fácilmente, así que aplausos. Usted sabía que debía estar a las ocho en Talcahuano y Lavalle pero calló cuando el taxista siguió hasta Córdoba y Suipacha. Quiso dejarse llevar pero le paró el entusiasmo por tanta radio y bocina, deténgase en la esquina, deje, camino. Pateó el cordón de la banquina y esas cinco cuadras de arrepentido. Saludó con las cejas al portero, el boludo de Omar, ningún boludo, claro, qué culpa tiene de San Lorenzo y de la sonrisa de cada mañana, anfitriona planta baja, preámbulo de lo siete pisos arriba. Las cuadras y el hermetismo del ascensor lo guían derecho al baño, antesala del gran discurso gran, coma, insulto. Antes sáquese el sudor con agua y jabón, reniegue de las toallas de papel, siempre tan distantes, siempre hilo húmedo en la quijada, toque la puerta, tome aire, permiso sin adelante y mire la mano del jefe, apurada sobre el mouse que no cierra esa ventanita y el quién se cree éste que pasa sin preguntar. Entonces todo se vuelve un qué querés, Heredia, un renuncio, hijo de puta, un qué decís, un lo que escuchaste, hijo…, tose, un hijo de… tose de nuevo. El jefe le acerca el vaso, se calma la garganta, recupera el aire, se seca el agua de los ojos, ajusta el nudo tironeado, y el desenlace es un haceme el favor y terminá lo que te pedí, vamos.
La camisa extraña la tensión de la percha, flota en su hombro arqueado mientras pasa al escritorio y usted abre el excel pensando en qué fallé si el espejo le había devuelto confianza. Habrá sido la respuesta del jefe, sobre todo la segunda, será un problema cuando lo tutea, cuando lo ningunea, ea, qué pasa acá, mejor abra un documento en blanco y hágame un breve repaso del día que empezó anoche, recuerde el bufido, anote el pie, el mate, la tos, la galletita de la mañana, eso, anote la galletita de la mañana.